Es difícil no conmoverse cuando se está en presencia de la grandeza, y en Lincoln la hay en abundancia. Steven Spielberg, uno de los mejores directores de nuestros tiempos, dirige al inigualable Daniel Day Lewis en otra extraordinaria actuación como una de las figuras más eminentes de la historia estadounidense, el presidente Abraham Lincoln. Súmele a eso un amplio reparto colmado de excelentes actores y una magnífica puesta en escena realizada con sus habituales colaboradores, y el resultado es la mejor obra de Spielberg en más de una década.

Armado del fantástico guión de Tony Kushner, el director retoma el tema de la esclavitud que abordó en Amistad (1997) -una de las piezas más decepcionantes de su ilustre filmografía- contextualizándolo en los últimos cuatro meses de vida del 16to. presidente de Estados Unidos. Aun cuando sus importantísimos logros así como su trágico final son bastante conocidos, el filme cautiva al espectador con su íntimo acercamiento al proceso legislativo, evadiendo las trampas de la típica cinta biográfica de querer resumir toda una vida en poco tiempo. El valioso legado de Lincoln se resume en ese breve periodo que probaría ser trascendental para la nación.


La Guerra Civil no es el foco de Lincoln –apenas se ve algo del sangriento conflicto- aunque ciertamente es lo que mantiene en jaque las aspiraciones del presidente por lograr que se apruebe la 13ra. enmienda a la Constitución de Estados Unidos que aboliría la esclavitud, algo que podría esfumarse si se firma un acuerdo de paz. Spielberg y Kushner nos atrapan en los salones de la Casa Blanca, en las oficinas de los congresistas y el hemiciclo de la Cámara de Representantes mientras el presidente y su gabinete cabildean maquiavélicamente por conseguir los votos necesarios a través de fascinantes escenas dialógicas que exponen tanto lo bueno como lo malo del proceso político.

Con su interpretación de Lincoln, Day Lewis parece distanciarse del arte histriónico y acercarse increíblemente a la reencarnación, evitando las inclinaciones más pomposas y teatrales para las que se podría prestar un papel de esta índole. El actor británico encarna al Presidente con gentileza, tanto física como verbalmente, expresándose con un tono de voz más agudo, calmado, que nos acerca a él magnéticamente. Kushner resalta el poder de oratoria de Lincoln y la inmensa habilidad que tenía para contar historias. A través de Day Lewis, nos invita a estar atentos a cada palabra que sale de su boca.  

Sorprendentemente, Lincoln pasa una parte considerable de la película en un segundo plano, escuchando a su gabinete, hablando sólo cuando tiene algo importante que decir. El guión le dedica tiempo a los debates en el hemiciclo, donde Lincoln no está presente, pero al estar colmada de buenísimos actores, la cinta se convierte en una fabulosa pieza de elenco donde no hay una sola nota discordante.


Tommy Lee Jones encarna al sarcástico representante Thaddeus Stevens, en uno de los papeles secundarios más sobresalientes del reparto y el mejor de Jones desde No Country for Old Men. Sally Field es la primera dama, Mary Todd, una de las pocas presencias femeninas en el largometraje; David Strathairn es el secretario de Estado, William Seward; James Spader y John Hawkes interpretan a dos hombres encargados con conseguir votos; Hal Holbrook, Joseph Gordon-Levitt, Jackie Earle Haley, Michael Stuhlbarg… la lista de grandes actores continúa y ninguno sobra, destacándose respectivamente en sus pequeñas pero memorables intervenciones.

Detrás de las cámaras, Spielberg cuenta con el talento de sus mayores colaboradores. La cinematografía de Janusz Kaminski es espléndida, rica en tonos sepia que evocan una vieja fotografía, acentuada por resplandores de luz en momentos claves que enaltecen la belleza estética. La banda sonora de John Williams es sumamente reservada en su melodía, entrando sutilmente para subrayar escenas de poder dramático, característico del estilo de Spielberg, pero una muletilla de la cual afortunadamente no abusa en esta ocasión.

En una película en la que fácilmente pudo haber incurrido en sus peores tendencias, Spielberg dirige Lincoln de manera muy singular, haciendo del tedioso proceso parlamentario una experiencia tan cautivante como sus mayores propuestas comerciales. El tiempo dirá si estamos ante una de sus obras maestras, pero lo cierto es que en ella se observa un Spielberg que parece estar iniciando otro capítulo en su prestigiosa carrera, provisto de la sabiduría que viene con los años, y alcanzando un nuevo cénit como uno de los grandes maestros del séptimo arte.