El fabuloso realismo mágico hace su regreso a la filmografía de Woody Allen en la maravillosa Midnight in Paris, la mejor comedia romántica que el aclamado cineasta ha escrito y dirigido en décadas. Nueva York es y será el primer amor de Allen, pero a juzgar por la carta de amor que le dedica a la capital francesa en este filme, París parece ser su segundo.

Muy a tono con la fantasía que impera en The Purple Rose of Cairo y más recientemente, Scoop, la deliciosa Midnight in Paris cuenta con todas las fortalezas artísticas de Allen: un guión ingenioso con diálogos inteligentes y comiquísimos; excelentes actuaciones, desde el protagonista hasta el actor con menos tiempo en cámara; y una dirección de primera. El cineasta de 75 años nos recuerda con su nueva obra que, como dirían en inglés, “he’s still got it”.

“Todo tiempo pasado es mejor” es el mantra de “Gil Pender” (Owen Wilson), un guionista de películas económicamente exitosas pero intelectualmente huecas -como muchas de las que vemos todos los meses en cartelera- que aspira a convertirse en novelista. “Gil” se encuentra en Paris de visita junto a su prometida (Rachel McAdams) y de inmediato se enamora de la ciudad, soñando en cómo debió ser vivir en ella durante los años 20.

“Gil” se ve forzado a compartir con los ultra conservadores padres de su novia al igual que con sus amigos seudo intelectuales mientras hablan prolongadamente de las influencias de las obras de Rodin o analizan ad nauseam el sabor de los vinos franceses. Una noche, “Gil” declina una invitación a salir a bailar y se marcha a caminar para disfrutar de la noche parisina en una velada muy fuera de lo normal que le sirve de inspiración para la novela que lleva años escribiendo.

Lo que le ocurre a “Gil” durante esa y las noches siguientes es un giro tan divertido por parte de Allen que me sentiría mal dañándoselo con un anticipo. Milagrosamente, el corto de esta película no revela el secreto da la trama al final del primer acto, por lo que les aconsejaría brincar al último párrafo de esta reseña si prefieren mantenerse ajenos a las sorpresas que son gran parte del encanto de esta estupenda historia.

“Gil” se topa al filo de la medianoche con un antiguo auto repleto de personas que lo invitan a un antro. Al llegar allí, parece una fiesta temática de los años 20, con todos los invitados vestidos con ropa de esa época y un pianista tocando música de Cole Porter. Pero resulta que ese pianista no es un imitador, sino el propio Porter. “Gil” ha descubierto un pasaje a través del tiempo en el que se encuentra con sus ídolos, Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald, al igual que otras prominentes figuras bohemias de la era, como Pablo Picasso, Salvador Dalí y Luis Buñuel.

Wilson hace un magnífico trabajo como “Gil”, canalizando las neuróticas idiosincrasias del característico personaje de “Woody” que suele habitar la mayoría de las producciones de Allen. A su gran actuación se le suman la de Marion Cotillard, como una chica que conoce en el pasado que también sueña con vivir en otra era; Tom Hiddleston y Alison Pill como Zelda y F. Scott Fitzgerald; Corey Stoll en una divertidísima interpretación de Hemingway y Adrian Brody como Dalí, entre otros. Por más pequeñas que sean las intervenciones del nutrido reparto, sus aportaciones son memorables.

Con Midnight in Paris, Woody Allen le brinda al público una experiencia mágica, amena e inolvidable. Vayan sin saber mucho y quedarán tan encantados como “Gil” por las calles de Paris.