
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 13 años.
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Si fuéramos a definir una gran película como aquella que nos invita a discutirla, descomponerla en fragmentos y analizarlos con detenimiento, Prometheus probablemente sería una de las mejores del 2012. El problema es que en este caso, hacerlo tendría un efecto adverso a la asombrosa primera impresión que deja este nuevo largometraje de Ridley Scott.
Con su filme más ambicioso en años, el veterano director británico hace su regreso al género en el que tuvo dos de sus mayores éxitos cinematográficos. Su pericia en el medio es evidente en cada recuadro, estableciendo la inmensa escala de su propuesta, tanto física como temáticamente, desde el primer acto, y manteniéndola –al menos visualmente- hasta el final. Si tan sólo el guión de Damon Lindelof estuviese a la misma altura, sería un nuevo clásico de la ciencia-ficción.
Lindelof lanza grandes preguntas al aire, incluso la más grande de todas, “¿por qué estamos aquí?”, pero jamás las contesta. Siendo justos, ninguna película podría hacerlo, como tampoco lo hizo Andrei Tarkovsky en su extraordinaria Solaris, obra con la que comparte fibras de su argumento. Sin embargo, dentro de las circunstancias presentadas en su libreto, algunas respuestas concretas habrían sido bienvenidas en lugar de las muchísimas lagunas que contiene, más aun cuando la cinta se supone que sirva como un preámbulo al relato de Alien.
A esta gran falta se le añade el comportamiento de la mayoría de sus personajes –superficialmente desarrollados- que pasa de lo creíble a lo ridículo, de una escena a otra. Eso sin contar todos los elementos de la historia que parecen ser introducidos arbitrariamente o se explican de manera muy pobre y/ó ilógica.
Los secretos de la trama de Prometheus fueron protegidos a lo largo de la producción (lo cual resulta irónico en vista de que el estudio 20th Century Fox prácticamente la ha revelado completa con la avalancha de publicidad que ha sacado en los últimos meses), por lo que seré cuidadoso en la descripción de la misma:
Cuando la arqueóloga “Elizabeth Shaw” (Noomi Rapace) y su compañero “Charlie Holloway” (Logan Marshall-Green) descubren un patrón en varios jeroglíficos alrededor de la Tierra, ambos emprenden una expedición junto a otro grupo de científicos a un planeta lejano con el fin de hallar los orígenes de la humanidad. Lo que encuentran, irónicamente, podría desatar el fin de ésta.
El elenco es otro de los grandes aciertos de la producción. Rapace es convincente como la comprometida doctora, con tremenda presencia escénica llena de convicción, pero la interpretación que sobresale es la de Michael Fassbender como el androide “David”, el mayordomo de la nave que vigila a los tripulantes y vela porque la misión dé resultados a como de lugar. Fassbender encarna a “David” con la curiosidad de un niño, la misma que dicta muchas de sus acciones, para bien o para mal, y singularmente es el personaje más completo e interesante a pesar de no ser humano.
La primera mitad del filme es fascinante, el tipo de ciencia-ficción que ya casi no vemos en el cine, realizado con un multimillonario presupuesto con las sensibilidades de un maestro del medio armado con lo último en la tecnología. Scott filmó la película en 3D y luce fenomenal. Tanto así que este cinéfilo, que aún lamenta tener que ponerse unas gafas para disfrutar de algunas películas, olvidó que las tenía puestas.
En su tercer acto, Prometheus intercambia la búsqueda de respuestas a las ideas que establece en sus primeros dos segmentos –expertamente dirigidos por Scott, con el mismo pulso para la tensión que manifestó en Alien- por los arquetipos de un thriller más tradicional. En su intento por ser las dos cosas, los aspectos más atractivos del largometraje pasan a un segundo plano, dejando la trama en una especie de limbo un tanto insatisfactorio que hace que se sienta como un prólogo a algo mayor que como una película plena. Los últimos 30 segundos, en especial, son totalmente innecesarios.
El filme funciona mejor cuando nos tiene cautivos en la oscuridad de la sala, porque después, mientras más se piensa en Prometheus, más va perdiendo un poco de su lustre. De haber escrito esta crítica a pocos días de verla, en vez de dos semanas después, sin duda habría sido más positiva y no tan mixta.
La gran frustración es el hecho de que Scott tuvo la grandeza a su alcance, luego de muchos, muchos años, y no pudo sostenerla por las deficiencias de Lindelof. Sin embargo, aunque no tenga la agudeza narrativa de Alien ni la profundidad filosófica de Blade Runner (injusto, lo sé, compararla con dos clásicos, pero aquí es relevante), Prometheus no deja de ser una colosal producción que merece ser vista en la mayor pantalla posible.