Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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Pocos directores saben cómo balancear los géneros opuestos del drama y la comedia con la misma maestría que Alexander Payne. En The Descendants, su primera película en siete años, el cineasta logra el mejor acto de malabarismo dentro de su filmografía trabajando con una premisa que en papel se leería como un melodrama cuyo único aparente propósito es aumentar las ganancias de las empresas que fabrican pañuelos desechables.
Bajo su dirección, sin embargo, la novela homónima de Kaui Hart Hemmings –adaptada al cine por Payne junto a Nat Faxon y Nick Rash- halla la comedia dentro de la tragedia para confeccionar una hermosa experiencia agridulce que se gana tanto las risas como las lágrimas de los espectadores sin jamás sentirse artificial ni manipuladora.
En el centro de este excelente filme encontramos a George Clooney -en una de sus mejores actuaciones- como intérprete de “Matt King”, un millonario heredero de miles de cuerdas de terreno en Hawai cuya esposa queda en estado comatoso tras sufrir un accidente en un bote. La delicada situación lo obliga a apartarse de su trabajo como abogado y a restablecer su relación con sus hijas, una de 10 y otra de 17 años.
“Matt” sabía que su matrimonio no atravesaba su mejor momento, pero no es hasta cuando habla con su hija mayor, “Alexandra” –encarnada por Shailene Woodley con gran naturalidad y espontaneidad -, que descubre que su esposa le estaba siendo infiel. Ante la posibilidad de que ella nunca despierte, “Matt” decide encontrar al amante para que él, al igual que el resto de sus amigos y familiares, también se pueda despedir de ella.
Tal como lo ha demostrado en Sideways y About Schmidt, Payne sabe el momento preciso para introducir un chiste en medio de una escena seria, incluso trágica. El efecto produce situaciones incómodas, de esas en las que no sabes si es apropiado dejar salir una carcajada, pero es imposible mantener la compostura porque aun dentro de la tristeza hay espacio para reír. Eso no quiere decir que los momentos de profunda emoción no funcionen. Al contrario. Los hace más auténticos.
Los personajes de sus historias siempre son imperfectos, lo que abona a su credibilidad. La familia “King” es bastante disfuncional, desde la pequeña y extrovertida “Scottie” (Amanra Miller), que no sabe comportarse como una niña, hasta el propio “Matt”, quien se describe a sí mismo como “el padre de apoyo” porque nunca le dedicó suficiente tiempo a sus hijas. La más centrada, aunque no lo parezca, es “Alexandra”, cuya rebeldía le sirve de barrera para esconder sus verdaderas emociones.
El guión complementa la excelente dinámica entre la familia con personajes secundarios memorables, como el estúpido amigo de “Alexandra” -interpretado por Nick Krause- que se suma al grupo y ayuda en su proceso de sanación, y Robert Foster, como el suegro de “Matt”, quien siente resentimiento hacia él por ser un tacaño con su fortuna. No hay una sola nota discordante en este fabuloso elenco.
Al terminar de ver The Descendants, Payne logra que nos sintamos parte de la familia “King”. Es sumamente fácil ver alguna parte de nosotros reflejada en ellos, identificarnos tanto con sus lamentos como con sus pequeños momentos de alegría. El absurdo característico de las narrativas de Payne resalta el humanismo que va intrínsecamente atado a sus personajes. Es una película simplemente maravillosa en un año en el que -por suerte- ha habido muchas. Una de las pequeñas joyas del 2011.