Hay dos películas en una lucha constante por supremacía en el corazón de The Fighter. La primera es un tremendo drama familiar y la segunda es una cinta promedio de boxeo.

El hecho de que el filme del director David O. Russell no halle un espacio entre las grandes joyas cinematográficas boxísticas -como Raging Bull o Rocky- está totalmente vinculado con que la carrera de su figura central, el púgil Micky Ward, no fue nada espectacular fuera de una brutal trilogía de combates con Arturo Gatti. Su historia fuera del cuadrilátero, por el contrario, resulta más interesante que las palizas que recibió dentro de éste. Es aquí donde The Fighter brilla.

Afortunadamente, la mayor parte de la trama se le dedica a la interacción entre los múltiples miembros de la excéntrica y efusiva familia de Ward, capturados en celuloide con la ferocidad de una  rabiosa jauría cuyos miembros comen, beben, sueñan y respiran boxeo, unos por lucrarse del dinero que genera Ward -como sus hermanas y hasta cierto grado su madre- y otros por un genuino amor por el  deporte.

A este último grupo pertenece Ward y su hermano Dicky Eklund, interpretados en pantalla por Mark Wahlberg y Christian Bale, respectivamente. Dicky es el mayor, el ex boxeador que le enseñó todos sus trucos a Ward y cuyo momento de gloria llegó en un combate en el que logró tumbar a Sugar Ray Leonard, convirtiéndolo en una leyenda local en Lowell, Massachusetts.

Mucho ha pasado desde entonces y, aunque Dicky todavía sueña con su regreso triunfal al ring, en el presente su única batalla es contra su adicción al crack. Ahora el turno le toca a Ward quien sólo desea obtener un chance para pelear por un título mundial, pero antes de preocuparse por lo que ocurra en el cuadrilátero deberá sobrevivir a su familia.

Wahlberg será el protagonista, pero tanto su personaje como su actuación quedan opacados  ante la imponente presencia de los artistas que lo rodean y que cuentan con papeles más robustos.  Es como ver a un minino rodeado por leones, intentando  rugir  pero sin poder más que maullar. Bale, en particular, le roba la atención por completo con su carismática interpretación de Dicky, algo muy inusual para el actor más conocido por los personajes serios e intensos. Aquí la estrella británica se reinventa en un rol  que muy bien podría valerle su primer Oscar.

Del mismo modo, Melissa Leo, como la madre de ambos hermanos, y Amy Adams, como la novia de Ward, se lucen en sus respectivos trabajos. Desde su actuación en Frozen River, Leo se ha convertido en una de las actrices más interesantes de su generación, una en la que escasean buenos papeles, mientras que Adams encuentra una oportunidad para demostrar otro nivel de su capacidad histriónica.

El director David O. Russell realiza un gran trabajo al transportarnos a las calles de Lowell e introducirnos en la vida de esta familia deportiva. Es sólo cuando se aparta de ella para mostrarnos los combates que la película pierde  fuerza.

El cineasta dirige estas escenas empleando una técnica que adopta el estilo visual de las peleas de HBO de los año 80 y 90, algo que apela a la verosimilitud pero que no deja de sentirse como un esfuerzo vago, como si Russell quisiera salir rápido de ellas para regresar al grueso de la historia fuera del ring. Lástima que el filme concluya sobre él en un final bastante anticlimático que sólo es rescatado por un coda en el que, una vez más, Bale, y no Wahlberg, es la estrella.

Por su necesidad de mantenerse fiel a los hechos reales de Ward y tenerlo a él, un personaje tan poco dinámico, como  protagonista, The Fighter no  alcanza el estatus de una gran película, pero si es una muy buena con tres de las mejores actuaciones del 2010.