Sería fácil simplificar la nueva película de los hermanos Ethan y Joel Coen, True Grit, como una entrada menor en la prestigiosa filmografía del aclamado dúo de cineastas, comentario que he visto repetido en varias reseñas, que en cierta forma minimizan la impecable artesanía cinematográfica plasmada en pantalla por esta pareja de brillantes artistas.

Técnicamente el largometraje está a la altura de sus mejores trabajos, como No Country for Old Men, Fargo y O Brother Where Art Thou?, y los que disfrutamos de su característico estilo notaremos cómo True Grit encaja perfectamente en su repertorio fílmico. Es como si de alguna forma ellos hubiesen hecho una película de vaqueros en los años 60 que no fue descubierta hasta ahora.

Los Coen no adaptan la novela homónima de Charles Portis –que John Wayne ya había protagonizado en el cine en 1969- con la pretensión de reinventar el western, como hizo exitosamente Clint Eastwood en Unforgiven. Su tratamiento del material es un clásico ejercicio a tono con las sensibilidades de la era dorada de ese género que en las últimas décadas ha pasado casi al olvido. True Grit nos recuerda vívidamente sus encantos.

Más que un western, el filme es una gran aventura vista a través de los ojos de un personaje que rara vez recibe protagonismo en este mundo dominado por hombres rudos, prostitutas y cantineros: una niña de 14 años, interpretada por Hailee Steinfeld. Recuerden ese nombre porque lo estarán viendo en pósters y créditos de grandes producciones durante los próximos años.

Steinfeld encarna a “Mattie Ross” –la joven cuyo padre fue asesinado y decide vengar su muerte- con la astucia y determinación de una actriz veterana con 20 películas en su resumé. Sin embargo, este es su primer largometraje y su actuación es simplemente magistral. En su impresionante debut, la inusual heroína se coloca hombro con hombro –figurativamente hablando, por supuesto- con actores de la talla de Jeff Bridges y Matt Damon.

Bridges hace su regreso triunfal ante las cámaras de los Coen en un papel que por instantes evoca a su memorable “The Dude” en The Big Lebowski al interpretar a “Rooster Cogburn”, el alguacil borrachón que prefiere deshacerse de los criminales antes que tener que llevarlos ante el juez. “Mattie” no tiene ningún problema con esto y lo contrata para encontrar a “Tom Chaney” (Josh Brolin) bajo la condición de que ella lo acompañará en la búsqueda.

Es así como comienza esta travesía por las planicies incivilizadas de Oklahoma a mediados del Siglo 19 al estilo de los Coen. O sea, con paulatinos arrebatos de violencia complementados por  unos estupendos parlamentos ricos en humor deliciosamente oscuro, cualidad del guión que se refuerza con la entrada de Damon a la trama como “LaBoeuff”, un ranger de Texas que también está tras los pasos de “Chaney”.

La dinámica entre este súper dotado trío de actores a lo largo de su jornada es sumamente eficaz y entretenida. “Mattie” es la que manda en el grupo -por más que los otros dos no quieran aceptarlo- y el trabajo de Steinfeld es el de una líder, valiente y astuta ante dos hombres que por momentos parecen sus subordinados. Bridges habla como si la lengua le pesara, quejándose en murmullos pero sin ceder en el empeño de mantener su estatura de héroe caído con aspiraciones de acabar su última misión con la frente en alto. Su presencia escénica es imponente.

Damon, por su parte, ofrece uno de los mejores trabajos de su carrera, aunque a simple vista no sea tan obvio. El protagonista de The Bourne Identity personifica a “LaBoeuff” con la ingenuidad de un niño que juega a ser vaquero, siendo cómico de la manera menos obvia posible con arrebatos de cólera y bravuconería típicos de un niño malcriado que quiere intimidar a sus superiores. En fin, un personaje digno de integrarse al fabuloso canon de los Coen.

La maravillosa cinematografía de Roger Deakins es sólo un atributo adicional a la impresionante calidad técnica que se expone en pantalla, con tiros de cámara tan majestuosos que dejan al espectador boquiabierto. El cariño que los Coen tenían por la novela de Portis queda evidenciado en cada escena y la aventura, al tener a una niña como protagonista, no es tan violenta, como suele ser su estilo. Uno fácilmente podría llevar a su hijo a disfrutar de ella. Sería una estupenda introducción a esa magia que poseen los westerns.

P.D. Les deseo a todos una Feliz Navidad.