Los absurdos de unos son las realidades de otros, como demuestra el encantador filme argentino Un cuento chino, de Sebastián Borensztein, en el que dos hombres de distintas partes del mundo y que enfrentan realidades totalmente diferentes, se ven obligados a comunicarse sin entender una sola palabra que sale de sus bocas.

Ricardo Darín interpreta a Roberto, un recluso, malhumorado y compulsivo, propietario de una ferretería en Buenos Aires, que un día -por una de esas casualidades de la vida que cobran un papel prominente en esta trama- encuentra a un chino que es expulsado de un taxi cerca del aeropuerto.

Para Roberto, este descubrimiento representa una monumental molestia en su estricta rutina diaria, que consiste en tener que lidiar con clientes “pelotudos”, contar obsesivamente los cientos tornillos y tuercas que le envían para verificar que la cantidad sea la indicada en las cajas,  ojear los periódicos en busca de noticias fuera de lo normal y acostarse exactamente a las 11:00 de la noche.

Sin embargo,  el hecho de que esté dispuesto a ayudar al asiático demuestra bondades ocultas por su riguroso exterior. Tras conocer por medio de la embajada que el chino se llama Jun (Ignacio Huang) y que busca a su tío, Roberto, sin remedio, se lo lleva para su hogar en lo que dan con su familiar.

El guión de Borensztein es tan simple como ingenioso al colocar a estos dos personajes dentro de un espacio limitado y obligarlos a entenderse, la mayoría del tiempo, por lenguaje no verbal. La comedia emana naturalmente de las situaciones que esta singular premisa establece, entre la frustración de Roberto y la ingenuidad de Jun, agradecido por la ayuda que recibe sin poderla expresar directamente.

El humor además sirve para resaltar los prejuicio étnicos y, más importante aun, ir resolviendo el enigma que es Roberto ante los ojos Mari (Murial Santa Ana), una vecina que le hace constante avances amorosos que nunca son correspondidos. A través de Jun, Roberto aprende mucho sobre sí mismo, y la historia llega a una conclusión que Borensztein realiza sin mayores alardes, pero emocionalmente satisfactoria. 

En el corazón de la película se encuentran  las excelentes actuaciones de Darín y Huang, el primero desarrollando su papel por medio sus enfados provocados por la ineptitud de los clientes y las ineficiencia de los funcionarios públicos (sentimiento que muchos de seguro compartimos), y el segundo, a través de sutilezas en su lenguaje corporal que definen a “Jun”.

Comiquísima, tierna y sencilla, Un cuento chino nos recuerda que las mejores historias a veces  provienen de las premisas más simples... o absurdas.