El ballet, la pasión y “The Red Shoes”
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 15 años.
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Sé que estoy exagerando, pero podría jurar que pasé una considerable parte de mi infancia sentado en la sala de espera de las distintas academias de baile donde mi hermana tomaba clases de ballet, o en las butacas del Teatro de la Universidad de Puerto Rico, sometido a los tediosos ensayos de los aún más tediosos recitales a los que se me obligaba asistir. Debe ser por esto que todavía hoy el ballet es capaz de ponerme a dormir más rápido que una sobredosis de Ambien.
No es que no respete el arte. Créanme que estoy consciente del arduo esfuerzo, dedicación y sacrificio que realizan estos artistas para desarrollarse, y lo sé porque mi hermana no sólo participó en dos o tres recitales cuando era una niña, sino que su pasión por el baile fue tal que hizo de ella una carrera universitaria y actualmente una profesión. Para mí fortuna, ahora se concentra mayormente en la danza moderna y la coreografía, por lo que siempre estoy muy despierto, atento y lleno de ese orgullo de hermano mayor cuando tengo la oportunidad de ver una de sus piezas.
Me acordé de esos años y –sobre todo- mi hermana, cuando hace poco vi el filme The Red Shoes (1948), de los directores británicos Michael Powell y Emeric Pressburger, que recientemente salió a la venta en una gloriosa restauración cortesía del sello Criterion Collection. Compré a ciegas una copia en Blu-Ray, a sabiendas que su trama giraba en torno al ballet, pero amparado en que Martin Scorsese ha sido uno de los grandes propulsores de este clásico y una de las principales figuras detrás de su conservación. Y si no se puede confiar en Scorsese, ¿en quién se puede confiar?
Jamás me imaginé que una película sobre el ballet sería capaz de cautivarme de tal manera. Me encantó Billy Elliot, aunque ahí el ballet no era tan prominentemente sino una aspiración del protagonista. The Company, de Robert Altman, me gustó por la forma como el aclamado director nos ofrece un vistazo a lo que acontece dentro de una compañía de ballet profesional. Era más acerca de los bailarines que del baile. Y, claro, por razones ajenas a mi voluntad, he tenido que ver cintas como Center Stage (cuyo argumento es similar al de The Company pero trabajado como un episodio de 90210) y Save the Last Dance, que no es mala, pero el ballet tampoco es la columna vertebral de la trama.
En The Red Shoes, el ballet lo es todo. Tanto así que la pieza central del largometraje es una grandiosa y alucinante secuencia de ballet de 17 minutos en medio del segundo acto. El ballet es lo que respiran todos los personajes y la pasión que impulsa a los protagonistas, principalmente a “Victoria Page”, interpretada por la hermosa bailarina convertida en actriz Moira Shearer. Cuando al principio de la cinta se le cuestiona por qué quiere bailar, ella resume perfectamente su respuesta con otra pregunta: “¿por qué quieres vivir?”.
“Victoria” anhela -con cada fibra de su ser- convertirse en una primera bailarina. Para ello, consigue integrarse a la compañía de baile dirigida por “Boris Lermontov” –interpretado magistralmente por Anton Walbrook- el carismático, estricto y compulsivo director que promete transformarla en una estrella, siempre y cuando se entregue en cuerpo y alma al baile. “El bailarín que dependa de las dudosas comodidades del amor humano jamás podrá ser un gran bailarín”, expresa “Lemontov”, quien describe el ballet como su religión y pretende que todo quien lo rodeé y trabajé para él sea igual de devoto.
“Lermontov” cumple su promesa y convierte a “Victoria” en la bailarina principal más famosa de Europa. Manda a componer y coreografiar para ella el ballet que le da título a la película, basado en el cuento homónimo de Hans Christian Andersen sobre una jovencita obsesionada con unas zapatillas rojas que, tras adquirirlas, la fuerzan a bailar sin parar. Al igual que la niña de la historia, “Victoria” se siente destinada a bailar hasta la muerte, pero cuando el amor llega inesperadamente a su vida, la bailarina debe decidir si en realidad el ballet lo es todo.
Con sólo verla una vez –y con muchas ganas de volverlo a hacer- es evidente por qué The Red Shoes es uno de los más laureados clásicos cinematográficos. Técnicamente es excepcional, con una maravillosa puesta en escena donde la exquisita cinematografía en Technicolor hace que todos los colores salten de la pantalla llenos de vida. Sonará clichoso, pero sencillamente ya no hacen películas como estas. Hoy sería inconcebible dedicarle 10 minutos de la trama a un ballet, mucho menos casi 20, pero la dirección es tan impecable y abona tanta sustancia al desarrollo de la trama y los temas que toca, que no podemos más que rendirnos ante ella.
Moira Shearer es toda una revelación como “Victoria Page”. Aunque su carrera en el cine fue breve, demuestra con su debut ante las cámaras que sus dotes como actriz estaban a la misma altura de su impresionante habilidad para el baile. Sencilla y natural, la actuación de Shearer se complementa favorablemente de la imponente presencia de Walbrook como “Lermontov”, mientras que el resto de los memorables personajes secundarios –en especial Léonide Massine como el coreógrafo “Grisha Ljubov”- impregnan la a veces oscura trama con una necesaria y amena dosis de humor.
No sé si la combinación de mis recuerdos aquellos interminables recitales junto a mi enamoramiento con el cine fueron los causantes de que The Red Shoes capturara mis sentidos, pero lo cierto es que me acercó al ballet como nunca antes me había ocurrido. Es una película digna de todos los superlativos que siempre acompañan la mención de su título. A través de ella, en cierta forma comprendí la pasión que mueve a estos artistas –como mi hermana- y los admirables sacrificios que están dispuestos a hacer para perseguirla. Resistirse a ella parece una tarea sobrehumana, capaz de consumirlos de intentarlo.