El multimillonario “John du Pont” camina por su mansión como el conde Drácula por su castillo: un monstruo ataviado por títulos aristocráticos, con la gran diferencia de que el vampiro de Bram Stoker es producto de la ficción mientras que “Du Pont”  fue un hombre de carne y hueso que murió en prisión en el 2010. Interpretado fríamente por un irreconocible Steve Carell en el drama biográfico Foxcatcher, del director Bennett Miller, sus movimientos son sutiles y calculados, su voz calmada y monótona, propia de alguien que jamás ha tenido que alzarla para conseguir lo que quiere, y en el crepúsculo de su vida, lo que quiso fue formar su propio equipo de lucha olímpica para competir en las Olimpiadas de Seúl de 1988.

Para conseguirlo, sedujo con la fortuna de su centenaria familia al joven luchador Mark Schultz -interpretado por Channing Tatum en el mejor papel de su carrera-, ganador de una medalla de oro en las Olimpiadas de 1984 de Los Ángeles, con la promesa de más dinero del que ha ganado en su vida y que su participación enaltecería a Estados Unidos ante los ojos del mundo. Mudarse a su amplísima propiedad y entrenar a diario sería su deber patriótico, y fue así como del mismo modo que la madre de “Du Pont” -encarnada por la veterana Vanessa Redgrave- coleccionó caballos durante toda su larga vida, él comenzó a rodearse de luchadores, entre ellos el hermano de Mark, “Dave Schultz” (Mark Ruffalo), quien también fue un medallista olímpico.

Mucho de esto suena como material propio de una de esas inspiradoras películas deportivas, pero Miller dirige esta verdadera historia criminal como una retorcida fábula acerca del privilegio y la riqueza y cómo quiénes la poseen explotan a los marginados, corrompiendo a unos y pisoteando a otros. La gélida cinematografía de Greig Fraser extrae los colores hasta dejarnos con una tenue paleta dominada por grises y verdes que le agregan un decrépito matiz a la puesta en escena, haciéndola ver tan muerta por dentro como sus dos protagonistas. Esta naturaleza, aunque aparentemente por diseño, hace de Foxcatcher una propuesta admirable técnica y artísticamente, aunque al final no tiene mucho que decir acerca de los temas que el guión de E. Max Frye y Dan Futterman deja en la superficie. 

El núcleo del largometraje y lo que funciona al máximo es el dúo de relaciones codependientes entre “Du Pont” y “Mark” y este con su hermano. Tatum ha crecido muchísimo como actor en los últimos años y aquí se gradúa como un artista con las destrezas necesarias para estelarizar un drama serio. Carell ha sido apropiadamente vitoreado por su trabajo en el filme, pero esto no es más que el típico desbordamiento de alabanzas a un excelente comediante que se reinventa físicamente detrás del maquillaje y se va al extremo opuesto para encarnar un papel oscuro. Tatum es la verdadera transformación de Foxcatcher, y lo hace sin una nariz postiza. Su inquietante interpretación del frustrado e introspectivo Mark Schultz carga con la película y dice más con lo que calla que con los arrebatos de violencia que manifiestan su conflicto interno, proyectándose volátil y vulnerable al mismo tiempo.

Sus escenas junto a Ruffalo -quien sobresale como la segunda gran actuación de la cinta- sirven de contrapunto a la insidiosa relación que desarrolla con Carell: Mark como el gigante con mente de niño, y Dave como la figura paternal que genuinamente quiere lo mejor para su hermano. Ambos son tan buenos que uno desearía que hubiese más momentos entre ellos, pero la película nos da los suficientes como para sentir el peso de lo que acontece en el último acto. Usted quizá ya esté al tanto de los hechos antes de entrar a la sala, pero si no lo está, Miller se encarga de transmitirle desde el principio el presentimiento de que algo malo va a ocurrir. Carecerá de profundidad temática, pero Foxcatcher es una clase maestra de dirección y actuación.