Cada vez que escucho a un cineasta local utilizar el bajo presupuesto de su película como excusa para su pobre calidad, confieso que me hierve un poquito la sangre. A veces se les escucha decir “esto no es una producción de Hollywood”, como si eso los eximiera de entregar un trabajo bien hecho. Usualmente esa frase se usa en combinación con  “esta película se hizo con mucho sacrificio”, como si fuera una revelación que hacer cine cuesta,  no mucho, sino muchísimo esfuerzo, específicamente cuando se hace con las limitaciones de un bajo presupuesto.

Pero esa escasez de recursos económicos, en lugar de servir de motivación para ingeniárselas, para demostrar que se puede hacer buen cine con poco dinero, como lo han probado múltiples cineastas alrededor del mundo a través de la historia del medio, se tiende a usar como escudo para justificar lo mal hecha que está una película, en ocasiones –incluso- antes de que estrene.

“Vaya preparado para ver algo que se ve barato” parecen decir a los espectadores que van a gastar dinero –por el cual ellos también se han sacrificado- en su filme, “pero no importa porque no lo hicimos para que lo cogieran en serio, sino para entretener”. Es como oír a un vendedor de carros usados diciéndole que no se preocupe por lo descuidado que se ve el vehículo, el punto es que lo llevará del punto A al punto B.

Anualmente aquí se producen decenas de cortometrajes que no tienen ni una fracción del presupuesto con el que cuentan los largometrajes y su calidad es muy superior. Un bajo presupuesto puede excusar muchas cosas, la mayoría de ellas técnicas, como risibles efectos especiales, pobre iluminación, una pésima edición o una mala mezcla de sonido, pero el talento no tiene nada que ver con el dinero invertido en la filmación. Eso sencillamente se tiene o no, tenga usted $1,000 y un iPhone o $100 millones y una cámara Red.

Escribir un buen guión tampoco necesita de una exorbitante inversión económica, sólo tiempo y –por supuesto- saber cómo contar una historia. Yo no sé hacerlo. Lo he intentado, pero eso no quiere decir que soy un guionista. Estimo demasiado el trabajo de quienes en verdad lo son. Sin embargo, hay muchos por ahí que creen que porque pueden escribir una premisa en un post-it, elaborarla con ideas recicladas de cuantas películas han visto en sus vidas y luego vomitar todo ese material en un documento de Word sin ningún tipo de cohesión ni estructura narrativa o desarrollo dramático, eso los hace guionistas.

Otra frase que suele ser expresada tanto por estos "cineastas" como por su público –aquellos rabiosos patriotas que ciegamente siempre apoyan "lo de aquí” por el sólo hecho de haber sido realizado en la Isla– es “esto no es una película para competir por el Oscar”. Lo sabemos. Eso era obvio en el corto, pero una vez más, eso tampoco los exime de cumplir con los más mínimos estándares de calidad que se esperan de cualquier producción cinematográfica (¿verdad, Lavoe: The Untold Story?). No importa que su cinta sea una burda comedia, un filme de acción o un drama existencial, el medio tiene unas reglas básicas y si usted no las conoce o –peor aún- no las respeta, no tiene nada que hacer detrás de una cámara.

Recientemente estrenó la película puertorriqueña The Witness. Su exhibición en las salas locales fue fugaz, gracias en gran parte a que su fecha de estreno fue una semana antes de que la más reciente entrega de la insólitamente popular saga de Twilight debutara en los cines. No fui fanático de The Witness, como quedó claramente expresado en mi crítica del largometraje, pero técnicamente estuvo bien hecho y eso es algo que respeté como cinéfilo. Vi en pantalla la intención de hacer un buen trabajo, aunque al final todas las piezas no funcionaran en su totalidad.

La semana pasada llegó a los cines otra producción local que decidí no reseñar. Muchos de ustedes que me leen me reclamaron por todo medio posible -Twitter, Facebook, e-mail, teléfono, mensaje de texto y hasta en este mismo blog- que dónde estaba mi crítica, como tiburones olfateando la sangre en el agua. No la critiqué formalmente por razones personales y profesionales. Me he limitado a simplemente contestar que no me gustó, aunque inferir mi opinión sobre ella debe ser más que evidente.