Cuatro años. Eso fue lo que duró el retiro del director Steven Soderbergh, anunciado poco antes de lo que se creía sería su último trabajo para la pantalla grande, el estupendo thriller Side Effects, en el 2013. Ese mismo año hizo la excelente Behind the Candelabra para HBO, mientras que en el 2014 y 2015 el cineasta estadounidense se dedicó a realizar maravillas en Cinemax con las dos temporadas de The Knick, indiscutiblemente una de las series mejor dirigidas que se hayan visto en la televisión.

El estreno de hoy de Logan Lucky prueba que el retiro fue más bien unas vacaciones extendidas del formato en el que se dio a conocer, y con el que ya llevaba tiempo vociferando ciertas frustraciones. No que su desempeño -ni en el cine ni la televisión- apuntasen a un director desencantado con su oficio, haciendo chapucerías ni mucho menos. Todo lo contrario. Soderbergh rara vez ha dado menos del 100%, y Logan Lucky no es la excepción. Más que proyectarse en pantalla, la sabrosa comedia se desliza cómodamente hacia ella, exhibiendo el pulso, ritmo y ejecución de todo un maestro del séptimo arte. Apenas se nota que se está en manos de uno de tan bien que lo hace.

La película parece partir de la pregunta, ¿cómo sería Ocean’s Eleven protagonizada por los idiotas de Jackass? El entretenidísimo libreto de Rebecca Blunt habita en la misma onda de ese remake de Soderbergh, sustituyendo los tipos “cool” por unos, digamos, no tan inteligentes, pero no menos divertidos. Channing Tatum y Adam Driver interpretan a “Jimmy” y “Clyde Logan”, una pareja de hermanos que se dispone a cometer un atraco en una pista de Nascar durante uno de las mayores carreras del año. Si el hilarante junte de Tatum y Driver, y la relación fraternal de sus personajes, es el anzuelo del filme, Daniel Craig es la irresistible carnada. En el uniforme rayado del convicto roba bancos “Joe Bang”, el actor británico encuentra el papel cómico que casi nunca le ofrecen, y Craig no desperdicia ni una línea del guión para hacer reír. 

Como un incorregible estudioso de los procesos –desde las revoluciones en Che hasta las pandemias en Contagion-, Soderbergh captura cada detalle del robo, haciendo al espectador un cómplice de la fechoría y acercándolo a las circunstancias del personaje principal. El reciente despido de “Jimmy” de su trabajo lo fuerza a conseguir dinero a como dé lugar para poder mantenerse cerca de su hija, fruto de una pasada relación. Será un cliché, pero es este detallito el que le da una dimensión emocional a un filme que a simple vista parece uno del montón. Y la verdad es que Logan Lucky no es nada del otro mundo, una película de atraco como muchas otras, pero la clave está en que no pretende ni quiere ser más que eso. Su norte es ofrecer un buen rato en el cine.

Este es el tipo de trabajo que Soderbergh podría hacer con los ojos vendados y una mano amarrada a la espalda, pero hacer las cosas a medias simplemente no es algo que está en él. No será un reto artístico, pero sí funciona como la rutina ideal para ejercitar esos músculos que muchos directores olvidan reforzar a medida que van entrando en años sus respectivas carreras. En este aspecto, el multifacético cineasta –quien aquí también funge como cinematógrafo y editor- demuestra categóricamente que sigue estando en perfecta forma.