Los pecados del padre los cobra el hijo
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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En esta familia sólo hay espacio para un genio.
- “Carlo Tetrocini”, en Tetro
A veces los padres no saben el daño que les hacen a sus hijos. Que, contrario a lo que dicen, las palabras no siempre se las lleva el viento, sino más bien se incrustan en su subconsciente, repitiéndose como mantras a lo largo de sus vidas.
El laureado compositor “Carlo Tetrocini” -quien a pesar de que casi no aparece en la pantalla, se hace sentir de manera omnipresente a lo largo del filme- no sólo menospreció verbalmente el talento de su primogénito, sino que también lo hizo por medio de traiciones y engaños que podrían ser sacados de una tragedia griega.
Resulta imposible no tomar Tetro, la nueva cinta de Francis Ford Coppola, como un tipo de autobiografía. El cineasta es hijo de un compositor y sus propios hijos -Sofía y Roman- han seguido sus pasos dentro de la industria cinematográfica. Con su primer guión original desde que escribió The Conversation en 1974, Coppola convierte este ejercicio introspectivo en el mejor filme de su carrera desde Apocalypse Now hace tres décadas.
El largometraje comparte su título con el nombre de su protagonista -interpretado por Vincent Gallo (The Brown Bunny)- el hijo mayor de “Tetrocini” que cambió su nombre de “Ángelo” a “Tetro” como si quisiera de alguna forma destruir el nombre de su famoso padre. Su turbulenta relación con su progenitor lo llevó a trasladarse a Argentina donde convive con su novia, “Miranda” (Maribel Verdú), mientras labora como luminotécnico de un pequeño teatro de Buenos Aires tras abandonar sus sueños de convertirse en dramaturgo.
Pero el pasado regresa a la vida de “Tetro” con la llegada de su hermano, “Bennie” (Alden Ehrenreich). La inesperada visita del joven revive las memorias que han agobiado a “Tetro” por décadas y, mientras al principio éste intenta construir una buena relación fraternal, la presencia de “Bennie” destapa las dolorosas vivencias y secretos que destruyeron a su familia.
Como espectador, tuve una experiencia muy singular con Tetro. Sabía que técnicamente era impecable. La dirección de Coppola, quien construye su narrativa de manera cónsona a una obra de teatro, es formidable, las actuaciones tanto de Gallo como de Verdú son de primera y la exquisita cinematografía de Mihai Malaimare Jr. -mayormente en blanco y negro- luce majestuosa en pantalla.
Sin embargo, me tomó varios días digerir la trágica historia de los “Tetrocini”. La sosa actuación de Ehrenreich no ayudó mucho a mi apreciación de la trama, pero en retrospectiva, tras conocer las revelaciones del último acto, esa interpretación adquirió relevancia y me percaté de que su interpretación fue apropiada.
Al final, el sentimiento que más resonó en mí fue uno de sorpresa y gran admiración al redescubrir a Coppola, uno de los más laureados cineastas de su generación que, a pesar de llevar varios años prácticamente en el olvido, aún está en pleno control de sus destrezas tras las cámaras.
Posiblemente nunca sabremos cuánto se asemeja la historia de los “Tetrocini” a la de los Coppola, pero lo cierto es que Tetro sirve de un raro espejo a los temores y conflictos internos como padre e hijo de este indiscutible maestro del séptimo arte.