Las películas de acción no se ponen más rápidas, maniáticas y rabiosas que Mad Max: Fury Road, el bestial retorno del director australiano George Miller a la serie cinematográfica con la que se dio a conocer más de 35 años atrás, que hace ver a las siete entregas de Fast & Furious como un examen práctico para sacar la licencia de conducir. Miller da cátedra de su veteranía transmitiendo la energía y ambición de un cineasta que apenas comienza a trabajar en el medio pero con el control, la disciplina y la maestría del cineasta de 70 años que es, construyendo una increíble secuencia de acción tras otra con imágenes que no permiten escapar del asombro.

Desde la primera escena, Miller nos intoxica con la peste a gasolina que emana de los monstruosos vehículos que cruzan el inhóspito desierto en el que el que lo que queda de la humanidad lucha por sobrevivir. Uno de ellos lo es “Max Rockatansky”, el expolicía convertido en guerrero callejero interpretado por Tom Hardy en sustitución de Mel Gibson, quien encarnó al personaje en tres largometrajes entre 1979 y 1985. Fury Road es la continuación de esa trilogía cuya trama nunca fue la más elaborada ni consistente. La única constante ha sido “Max” y el mundo post apocalíptico en el que el combustible es un preciado líquido que permite a quienes lo poseen abusar de quienes no lo tienen y –por supuesto- quemar goma a toda velocidad.

Sin embargo, en esta ocasión “Max” es más un pasajero que un chofer. Tras ser capturado por una de las múltiples gangas que recorren el territorio, “Max” es llevado hasta una ciudadela donde el grotesco caudillo “Immortan Joe” (Hugh Keays-Byrne) mantiene a la población prisionera y sedienta, controlando los abastos de agua a través de sus temibles generales. Entre ellos se encuentra “Imperator Furiosa”, una mujer con la cabeza rapada y un brazo mecánico, interpretada temerariamente por Charlize Theron. El título del filme podrá decir “Mad Max”, pero es “Furiosa” quien está al volante -literal y figurativamente- cuando esta desobedece las órdenes de su amo y escapa junto a las cinco esposas de "Immortan" escondiéndolas en un aparatoso camión, iniciando una desenfrenada persecución que prácticamente no se detiene durante dos horas.

Para tratarse de un blockbuster de $150 millones, Fury Road es uno sorprendentemente progresista en su manejo de los géneros. Las mujeres no son víctimas ni doncellas en necesidad de ser rescatadas, sino las protagonistas que toman la acción en sus manos para liberarse de la opresión de los hombres que han matado al mundo con su avaricia y abusos. La relación entre “Max” y “Furiosa” se desarrolla lentamente hasta que ambos terminan en un mismo nivel. Hardy es parco pero efectivo en su desempeño físico y presencia como héroe de acción, así como en proveer los momentos más jocosos de la película. Pero es Theron quien impulsa el argumento y quien carga con el (liviano) peso emocional de la historia, consagrándose con cada una de sus escenas como una de las heroínas cinematográficas más memorables de las últimas décadas.

La verdadera estrella, sin embargo lo es la dirección de Miller junto al director de segunda unidad Guy Norris. Ambos establecen lo que será considerado de hoy en adelante como un nuevo estándar en el cine de acción, bombardeando la pantalla con secuencias que dislocan la quijada con su astucia y en las que los efectos digitales solo se utilizan para puntualizar las espectaculares hazañas reales que se filmaron frente a las cámaras. Mad Max: Fury Road nos expone a regateos mortales en medio del desierto en los que los competidores escupen gasolina en los tubos de escape de sus vehículos para acelerarlos, mujeres obesas son ordeñadas como ganados, una cesárea sobre ruedas y un desquiciado guitarrista de “heavy metal” con un lanzallamas por guitarra a bordo de la más perversa “tumba cocos” en la historia. Ningún otro estreno comercial del 2015 podrá superar su osadía.