Entre hipnóticas secuencias que sumergen al espectador en la escena transformista y una serie de recorridos nocturnos por las calles de la capital que exploran la marginalidad de las transexuales puertorriqueñas, el documental Mala Mala recoge las voces de casi una decena de entrevistados. Sus testimonios expresan elocuentemente una amplia gama de sentimientos a flor de piel que van desde la resignada alegría hasta la triste frustración, mas todo lo que confiesan podrían resumirse en una sola y poderosa palabra que llena de vigor sus figuras frente a las cámaras: “soy”.

La identidad conforma la médula de este aclamado filme de los directores Antonio Santini y Dan Sickles, tanto así que agregarle el adjetivo “sexual” resulta irrelevante. Los hombres y mujeres que aquí hablan están completamente claros de quiénes son y quieren ser. El magnetismo que emana del documental recae no solo en lo que ellos y ellas comparten sino en el admirable respeto y delicado tacto que el dúo de cineastas exhibe a la hora de plasmarlo en pantalla, ya sea capturando un agridulce número musical en un local prácticamente vacío o el inmenso júbilo que provoca un baño de burbujas. 

Entre los entrevistados encontramos Ivana Fred, la activista transexual que contribuyó a la lucha por los derechos laborales de sus compañeras. Si de algo peca el documental es de un abordar esta lucha política de manera superficial, relegándola a los minutos finales apostando a un activismo que para ese punto ya no necesita subrayar. Este ya había sido evidenciado a través de relatos como los de Fred, a quien vemos transitando los desolados callejones donde estas personas se ganan la vida como prostitutas -proveyéndoles profilácticos y lubricantes para la jornada de trabajo- a raíz de la discriminación que reciben en el ambiente laboral. Una de ellas es Sandy, una transexual que a pesar de su figura femenina, aún no ha completado su transición.

Sandy recibe la mayor atención quizá por ser el sujeto más fascinante, uno que encarna la tesis del documental a la perfección, consciente de su identidad incluso cuando a veces parece contradecirla. Esta dualidad también la manifiesta Sophia Voines, otra mujer que nació hombre, quien aún se sorprende al verse al espejo y recuerda cómo era antes. Voines carga con uno de los momentos más poderosos del largometraje, realizando un performance con un peculiar micrófono que se ve entrecortado por tiros de ella inyectándose las hormonas que necesita. El fabuloso montaje provoca sentimientos que gravitan entre el desconsuelo y el regocijo.

Mala Mala destila una densa melancolía y su ambición atenta -quizá- contra nuestro deseo de pasar más tiempo con aquellos y aquellas a quienes no se le dedica tanto tiempo, como Samantha, la transexual que se vio forzada a detener su transición por los efectos secundarios de los medicamentos que consumía, y Paxx Moll, la mujer que se venda el busto para esconderlo y que no ve el día que pueda tener barba. Sin embargo, el hecho de que al final los recordemos a todos por nombre es la mejor prueba del humanismo detrás del trabajo de Santini y Sickles.