Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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En el contexto del medio animado, el director Hayao Miyazaki es una leyenda, comparable únicamente con la figura de Walt Disney. Su más reciente película, Ponyo, llega hoy exclusivamente a una sala de los cines de Plaza Las Américas, doblada al inglés y sin subtítulos, para recordarnos por qué es uno de los maestros indiscutibles de la animación.
Contrario a la inmensa mayoría de los filmes animados contemporáneos, Miyazaki continúa haciendo los suyos dibujando a mano, lámina por lámina, y el resultado es completamente distinto a las imágenes que se reproducen en una computadora. No me vayan malinterpretar. Admiro muchísimo el trabajo de estudios como Pixar. Pero para un fanático de la animación, como yo, no puedo evitar ponerme un poco nostálgico cuando veo largometrajes hechos con las viejas técnicas artesanales. Hay una belleza única que las distingue.
Como si observáramos una acuarela en movimiento, la pantalla cobra vida desde la maravillosa primera escena que nos lleva al fondo del mar para presentarnos a la protagonista en esta fantástica historia. La pequeña “Ponyo” es un pez dorado que vive cautiva en la nave submarina de su padre, un ser mágico que solía ser humano pero ahora se dedica a mantener el balance ecológico de los mares. Un día, tras escapar con éxito, “Ponyo” conoce a “Sosuke”, un niño de cinco años que la rescata del interior de un frasco de cristal y ella, al lamer una herida en el dedo de él y tragar una gota de su sangre, adquiere la capacidad de transformarse en humana.
Este suceso altera seriamente el balance entre el mar y la tierra. La Luna se acerca al planeta, la marea sube y la isla donde vive “Sosuke” con su madre se inunda casi hasta el pico más alto. Para remediar la situación y lograr que su padre, un pescador, regrese sano y salvo a casa, “Sosuke” deberá tomar una decisión muy madura para su edad: amar y cuidar de “Ponyo” para siempre, permitiéndole así que permanezca convertida en niña.
Si la historia le suena un poco similar a la del cuento de The Little Mermaid, es porque Miyazaki lo ha citado como fuente de inspiración para su guión. Como es característico en el trabajo del aclamado cineasta, los elementos mágicos y las reglas que rigen el mundo donde se desarrolla su trama no son explicados. Hay que aceptarlos como lo que son: productos de sus sueños y su gran imaginación, que parece no tener límites creativos.
Tome como ejemplo la fabulosa secuencia en la que “Ponyo”, tras conseguir convertirse en una niña, sube a la superficie del mar impulsada por miles de peces. La pequeña comienza a correr encima de las olas y éstas toman la forma de los peces que la acompañan. También está la escena en la que la madre de “Ponyo”, una diosa oceánica, aparece debajo del mar como una entidad luminosa. La animación tradicional en combinación con la exquisita paleta de colores pasteles que emplea Miyazaki, hace de estas escenas unas de las más memorables de su filmografía.
Sin embargo, al igual que en su última película, Howl's Moving Castle, en Ponyo, la resolución de la historia carece de la fuerza emocional necesaria para alcanzar la calidad de sus mejores y más queridas producciones, como Spirited Away, Princess Mononoke y Laputa: Castle in the Sky. No obstante, el recorrido que hacen los personajes para llegar al final de su travesía es lo suficientemente fascinante como para mantenernos con los ojos fijos en la pantalla.
Donde Miyazaki continúa destacándose, además de la creación de preciosas imágenes, es en resaltar la belleza que habita en lo cotidiano. ¿Cuándo fue la última vez que observó la reacción de unos niños al saborear una caliente y deliciosa taza de té con miel? Son pequeños momentos como éste -inconsecuentes al desarrollo de la historia- los que humanizan a sus personajes y los hacen genuinos, maravillosos e inolvidables.
¿Cuál es tu película favorita de Hayao Miyazaki?