La semana pasada me encontraba almorzando con dos amigos y, como suele suceder, la conversación se concentró en el mundo del cine. Mientras discutíamos a acerca de las películas de dragones -tanto las buenas (que son muy pocas) como las malas- salió a relucir que uno de ellos había visto la nefasta “Dungeons and Dragons”, no una, ni dos, sino TRES veces. Y para colmo, en el mismo día.

La primera vez  fue porque le interesaba. Luego de salir totalmente decepcionado del cine, su hermano lo convenció de que lo acompañara a verla, esto a pesar de que él le advirtió lo mala que era (eso es amor fraternal). Antes de que me dijera por qué había ido por tercera vez a ver semejante porquería, le dije: “más vale que haya sido por una chica”, y efectivamente, así fue. El pobre muchacho se sometió por tercera vez a la tortura en nombre del amor… ¿o habrá sido el interés? Eso no se lo pregunté.

El caso de mi amigo, quien se mantendrá anónimo, es uno que nos debe haber pasado a todos al menos una vez. Aceptamos ver una película que de ninguna otra forma veríamos porque: A). Amamos a la persona, o B). Estamos interesados en él o ella. Por amor o interés hacemos cosas inconcebibles. A un lado quedan la razón y nuestras convicciones y somos capaces de realizar actos descabellados, como por ejemplo, ir a ver “Power Rangers: The Movie” en un último y desesperado intento porque tu ex novia regrese contigo.

Como mi amigo debe haber muchos de ustedes. Es hora de que confiesen, aquí y ahora, en este espacio seguro donde todos los pecados cinematográficos son perdonados, las películas que han visto bajo estas circunstancias. ¿Te atragantaste “Twilight” y “New Moon” porque estabas enchula’o de tu novia? ¿El chico que te gustaba era un fanático de “The Lord of the Rings” y te tuviste que tirar el maratón de diez horas de la trilogía? Díganlo sin miedo, que al igual que confío en que ustedes no juzgarían a NADIE por ver “Power Rangers: The Movie”, tampoco los juzgaré a ustedes.