Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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Mañana, tal y como hago todos los martes, me sentaré a escribir las críticas de los estrenos de la semana. Hoy, mientras verificaba cuáles películas llegarían a nuestras salas el próximo jueves, supe que una de ellas era Fright Night, la cual vi hace casi un mes. ¿El problema? Que ya casi no me acuerdo de ella.
Por suerte acostumbro a hacer algunas anotaciones en mi celular tras salir de las funciones que se llevan a cabo para la prensa, precisamente para casos como éste. Sin embargo, esto no sería necesario si el filme al menos dejara una impresión. Y no es que este remake de la cinta de 1985 sea malo (aunque tampoco es muy bueno), es que simplemente no contiene nada memorable. Lo que me lleva a pensar, ¿qué gané yo como espectador al verlo? No recuerdo haber estado entretenido, sino sólo matando el tiempo, como cuando ves en televisión un episodio de Friends que has visto 38 veces. Es lamentable, pero a veces es lo más que se puede pedir.
De los estrenos del 2011, hay muchos que ya se están desvaneciendo de mi memoria, incluyendo algunos que me han gustado, como Jane Eyre, Fast Five y The Lincoln Lawyer. Uno tan reciente como Captain America: The First Avenger, por ejemplo, me gustó bastante cuando lo vi, pero ahora pienso en él y me pregunto si lo compraría para verlo otra vez. La respuesta es “no”. Ya me dio todo lo que tenía para ofrecer. Algunos largometrajes funcionan de manera muy similar a los antojos de comida chatarra: te dan una satisfacción momentánea sin recibir nada de valor a cambio.
Por el contrario, una historia tan sencilla como la de Alamar, que vi hace más de un año, aún se mantiene latente en mí. Recuerdo con facilidad al padre y al hijo, sus días de pesca, el nombre que le dieron a la gaviota que los seguía (Blanquita), lo mucho que se divirtieron pintando su humilde casa, el llanto del niño cuando su papá le explica que pronto se tendrán que apartar por mucho tiempo. La clave está en las emociones que transmite, que calan mucho más profundo que cualquier efecto especial. Es un tipo de cine que persigue algo y -aunque no hay nada de malo en ello- no se limita meramente a entretener. Posee pasión, deseo, ganas de contar una historia y que ésta deje su huella en ti.
Creo que para que una película sea considerada verdaderamente mala o buena, uno debe ser capaz de recordar sus aciertos o desaciertos con lujo de detalles. Si la olvidaste, no te gustó ni te disgustó lo suficiente. Por eso no olvido atrocidades como The Happening o Sex and the City 2; el desprecio fue tanto que me marcó. En mi caso, el indicador automático de que me encantó un largometraje es cuando sé que lo quiero volver a ver tan pronto aparecen los créditos finales en pantalla. Del mismo modo, sé que una película está perdiendo mi interés cuando comienzo a mirar el reloj, y desafortunadamente son más las veces que contemplo las manecillas que las que siento ese cosquilleo de emoción cuando la imagen degrada a negro.
No quiero sonar como un elitista, aunque ciertamente lo soy, de vez en cuando, como todo buen cinéfilo. Claro que hay cintas que uno sólo ve una vez y sé disfrutarme esos ratitos, pero igual pasan inmediatamente al olvido. Quizás es porque que llevo tantos años viendo filmes –y, por ende, soy más exigente- que pretendo que el cine me compense por mi tiempo con algo que vaya más allá de cierto grado de entretenimiento y/o estímulo sensorial. Mínimo, espero tener algo en qué pensar por un lapso mayor al que me toma regresar a mi carro tras salir del teatro o caminar de la sala a la cocina. Más que nada, ando en pos de lo diferente.
Esto resulta en un gran problema cuando lo que vemos constantemente en cartelera son remakes, reboots, secuelas, precuelas y películas muy parecidas a otras que vinieron antes (ahem... Super 8). Adaptaciones de cosas que fueron exitosas en otros medios, como la televisión, cómics, libros y videojuegos. Todo parece ser derivado de otra cosa, por eso hay que celebrar las producciones que se distinguen, aunque el hacerlo venga atado a un sentimiento de depresión por saber que esas experiencias inolvidables no son muy frecuentes. Por eso hay que atesorarlas.
No hay nada nuevo bajo el sol, pero sí existen nuevas maneras de presentarlo. Por ejemplo, las ideas y cuestionamientos expuestos en The Tree of Life son tan viejos como la humanidad, pero Terrence Malick los transfirió majestuosamente a celuloide como nunca antes había visto. Del mismo modo, los elementos de cuento de hadas y típica historia de espionaje que se vieron en Hanna han sido bastante reusados innumerables veces. Sin embargo, el director Joe Wright los fusionó innovadoramente. Incluso algo como Rubber, -sí, la cinta de la goma asesina- se siente fresco en la actualidad, con todo y lo absurda que es. Por eso la sigo y seguiré defendiendo.
De vez en cuando pierdo la fe en este medio artístico por cosas como Cowboys & Aliens, Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides y 30 Minutes or Less, productos desalmados de la maquinaria de la industria. Pero entonces llega algo como Rise of the Planet of the Apes o Rango –que no son originales pero sí se atreve a tomar riesgos con sus narrativas- y recupero la esperanza. Es verdad que leer sobre los remakes que se avecinan –dinero que se pudo invertir en desarrollar ideas originales- vuelve y me mata el ánimo, pero es un proceso cíclico.
Hay buen cine allá afuera, sólo que a veces hay que mirar en lugares distintos a los trillados para encontrarlo y así descubrir filmes que no hayamos visto, o dirigir la atención hacia otros países, que también producen sus propia dosis de desperdicio cinematográfico, pero que nos ofrecen otras perspectivas. Por eso mantengo una columna semanal dedicada a The Criterion Collection (aunque a veces pienso que sólo la escribo para mí puesto que casi no recibe comentarios), porque me sirve de gran ayuda en esa búsqueda de lo diferente. Es un respiro. Me recuerda por qué adoro el cine y que todavía hay montones de joyas que no he visto.
Ahora, si me disculpan, tengo que repasar mis notas de Fright Night. Los dejo con el siguiente comentario del aclamado director John Cassavetes: