“Yo sólo quiero ser perfecta”

El ballet, al igual que la cinematografía, es un arte de precisión con el que se aspira a la perfección. Cada movimiento es calculado, aun cuando a simple vista no lo parezca. Del mismo modo que dar un salto de una punta a otra representa un peligro para los bailarines, hay cineastas que también se arriesgan al presentarnos algo que se aparta de lo convencional, y a la vanguardia de ellos está Darren Aronofsky.

Pocos directores contemporáneos se atreven experimentar con el séptimo arte como lo ha hecho él a lo largo de su carrera, y aunque aún es muy temprano para hacer esta aseveración, es muy probable que con el paso del tiempo Black Swan sea vista como su obra maestra: un extraordinario thriller psicológico en el que el ballet y la psicosis se funden en una fantasmagórica visión que trasciende por instantes los confines de la realidad para exponernos a la obsesión de una bailarina por ser perfecta.

Desde la primera escena, que sirve de prólogo para esta cinta construida como un ballet fílmico, Aronofsky nos sumerge en la oscuridad que arropa a su protagonista por medio de un sueño que establece la atmósfera de la historia a la vez que sirve como un fatídico presagio. Así, somos introducidos en una narrativa que se asemeja a un laberinto de espejos –que son utilizados en la mayoría de los tiros de cámara- donde la barrera entre lo real y lo inverosímil se va difuminando lentamente hasta contagiarnos con la esquizofrenia que va in crescendo durante el largometraje.

En la que sin duda es la mejor actuación de su carrera, Natalie Portman encarna a “Nina Sayers” como una frígida y reprimida joven que se convierte en la primera bailarina de una compañía de ballet niuyorquina en una nueva versión de El lago de los cisnes. Su delicado estado mental y emocional es llevado al límite cuando se le exige interpretar a ambos cisnes, el blanco y el negro, dos extremos que su psiquis deberá confrontar tanto en el escenario como fuera de él. 

El magistral trabajo de Portman debería significarle su primer Oscar. La joven actriz se entrega psicológica y físicamente al papel al ejecutar la mayoría de los pasos de baile mientras manifiesta la angustia de su personaje de manera convincente por medio de un poderoso y sorprendente manejo de sus habilidades histriónicas que los mismo nos conmueven profundamente que nos producen escalofríos.

Complementan su actuación Barbara Hershey, como su compulsivamente sobreprotectora -aunque amorosa- madre, y Mila Kunis como la sensual y atractiva bailarina que se interpone en su camino a la fama.

El estilo más propenso al realismo, característico de Aronofsky, se entrelaza con el surrealismo de maestros del terror, como el italiano Dario Argento. La película además se ve notablemente inspirada por clásicos como el de los británicos Powell y Pressburger, The Red Shoes –también sobre una bailarina muy dedicada- al igual que la pesadilla viviente de Repulsion, de Roman Polanski, sobre una mujer que se vuelve loca dentro de su apartamento.

Todas estas influencias convergen en manos de Aronofsky quien, con su cámara al hombro –técnica que adoptó de los hermanos Dardenne desde The Wrestler-, nos acerca al mundo del ballet de manera excepcional. Como muy bien me dijo un lector de este blog tras ver la cinta (Harry.Caul), el director nos coloca en el escenario del mismo modo que Martin Scorsese nos encerró en el cuadrilátero junto a Jake LaMotta en Raging Bull. Primero nos hace parte del riguroso entrenamiento de “Nina” por medio de planos de detalle para luego permitirnos acompañarla durante el espectacular acto final, digno de una ovación de pie. 

El guión estructura la trama como un cuento de hadas escrito por Franz Kafka. “Nina” despierta de su sueño en un cuarto que aparenta ser de una niña, con decenas de peluches que no se sabe si están ahí para cuidarla o para vigilarla. El desarrollo de su metamorfosis, de vulnerable y tímida a la ferocidad que va despertando en ella, va a tono con los cuentos de antaño, muy distintos a las populares adaptaciones de Disney, en los que rara sus personajes vivían “felices para siempre”.

La sublime banda sonora compuesta por Clint Mansell abona sustancialmente a esta aura fantasiosa en la que trabaja sobre la inmortal obra de Tchaikovsky para darnos sus propias tenebrosas variaciones. Esta increíble experiencia auditiva se apoya en un fantástico diseño de sonido –repleto de extraños ruidos, carcajadas y aleteos- que aumentan exponencialmente su desquiciado efecto en el público.

Quizá sea precipitado decir que Black Swan alcanza la perfección, apreciación que pertenece, claro, al terreno de lo subjetivo en cada espectador. El cine de autor de Aronofsky ha ido encaminado durante años hacia esta película y, al menos ante los ojos de este cinéfilo, el director alcanza su objetivo con su magnífica puesta en escena y el soberbio trabajo de Portman.

¿Una obra difícil de superar? Quizá, pero Aronofsky ya lo ha hecho antes.