Han pasado casi tres décadas desde que Tron estrenó en los cines. Financieramente fue un fracaso para los estudios Disney, pero de este desastre en la taquilla nacieron un sinnúmero de fanáticos -como suele suceder- que elevaron el filme a un nivel de culto, muchos de los que actualmente deben ser amantes de la tecnología gracias a él.

De los bits y los bytes de esa era, hoy, en los tiempos de los giga y los tera, llega a nuestras salas su secuela, Tron: Legacy. Mientras aún está por verse si esta multimillonaria producción logrará convertirse en un éxito taquillero, lo que sí es muy probable es que su reacción a ella sea muy similar a la que tuvo de la cinta original: visualmente asombrosa aunque con un argumento hueco.   

Empecemos con lo que el filme hace bien. Los primeros 45 minutos de Tron: Legacy serán el sueño de todo fanático que creció echando monedas a la máquina del videojuego Discs of Tron y que aún se emociona cuando ve la escena de la carrera de los lightcycles  de la película de 1982  . En su debut como director, Joseph Kosinski nos transporta de vuelta a este  universo virtual  con suma efectividad, apoyándose de fantásticos efectos especiales que sirven a la trama más de lo que nos distrae  de ella.

Han pasado más de 20 años desde la desaparición de  “Kevin Flynn” (Jeff Bridges), el superdotado programador y presidente de la empresa Encom, cuando su hijo, “Sam” (Garrett Hedlund), recibe un mensaje desde la antigua oficina de su padre ubicada  en un salón de videojuegos. Allí es transferido por una computadora al grid, el mundo virtual donde cree podrá encontrar a “Flynn”  no sin antes tener que enfrentar varios juegos de gladiadores.  

Las secuencias de acción son verdaderamente impresionantes, con el mejor uso de la tecnología 3D desde Avatar y editadas al ritmo de una de las mejores bandas sonoras del año compuesta por el dúo de música electrónica, Daft Punk. Sin embargo, su calidad no es suficiente como para hacernos obviar las claras deficiencias de un guión diluido y vagamente desarrollado, con un segundo acto bastante aburrido que sólo es rescatado por la entrada de Bridges.

La trama además sufre al tener un villano, “Clu” -interpretado también por Bridges rejuvenecido digitalmente-, el álter ego de “Flynn” en el grid, cuyo malévolo plan no tiene mucho sentido. Eso sin contar que la aparición del heroico personaje de “Tron”, que debería ser significativa al servirle de título a la película, llega sin pena ni gloria y sin afectar directamente la historia.

Soy la clase de cinéfilo que tiende a preferir sustancia sobre estilo, pero Tron: Legacy es una experiencia tan estéticamente cautivante que no tuve más opción que rendirme ante el poder de sus imágenes, aún cuando temáticamente está a la par con su predecesora.