Es comprensible que esté reacio a ver un remake de Robocop, especialmente si guarda la tremenda película original de Paul Verhoeven en muy alta estima (como bien debería hacer). Todo remake de un filme que dejó su huella indeleblemente impresa en el medio lleva de entrada las de perder. El prejuicio es inevitable, más cuando hemos sido repetidamente lacerados por versiones inferiores de buenos trabajos, tendencia que ha incrementado en años recientes ante un Hollywood que busca atraer a las masas con marcas reconocidas -y no originalidad- a la hora de hacer sus apuestas.

Aunque la nueva Robocop es un ejemplo más de esta deprimente mentalidad por parte de los grandes estudios, sorprendentemente -en cuanto a los remakes se refiere- es mejor de lo que tiene derecho a ser. Sí, se trata de una adaptación esterilizada del ultra violento espectáculo satírico de Verhoeven, alteración obligatoria en estos tiempos actuales en los que la violencia se tiene que higienizar –léase, disparar a gusto y gana pero sin mostrar sus consecuencias- para asegurar la clasificación PG-13 que aumenta ganancias. Sin embargo, al crédito del director brasileño José Padilha y el guionista Joshua Zetumer, al menos ambos tratan de darle un giro diferente al concepto original.  

Los mayores aciertos de su acercamiento al material aparecen durante la primera mitad del largometraje, donde el libreto sustituye el ambiente de la trama de la avaricia corporativa del Estados Unidos de 1987, por el cegado patriotismo y la preocupación por la seguridad nacional que se apoderó de la nación tras el 9/11. La aguda sátira de la cinta original se retiene únicamente mediante el personaje de Samuel L. Jackson, un zarrapastroso comentarista político de la extrema derecha, que con su programa cabildea por el uso en territorio estadounidense de los mismos robots que el ejército usa en territorios bélicos para patrullar las calles.

En el año 2028, el policía de Detroit “Alex Murphy” (Joel Kinnaman) resulta gravemente herido y lo que sobrevive de su cuerpo es fusionado con una máquina por la mega empresa OmniCorp para convertirlo en el primer policía robótico. El experimento es utilizado por el presidente de la compañía –interpretado por un desaprovechado Michael Keaton- para impulsar su agenda de derrocar la ley que no permite el uso de sus máquinas domésticamente, pero en el camino a su objetivo se atraviesa la conciencia de “Murphy”, quien se debate entre esta y su programación para hacer lo correcto.


Una gran diferencia que funciona a favor del remake es su manejo del protagónico cyborg. Aquí “Murphy” retiene su humanidad desde el principio, lo que le añade mayor drama a su proceso de rehabilitación y permite el desarrollo de una relación tipo Frankenstein entre el policía y el científico que lo creó, encarnado por Gary Oldman, quien -aun en papeles superficiales- nunca decepciona. Su vínculo con “Murphy” es mucho más estrecho que el que se presenta entre este y su familia, uno de muchos hilos narrativos que el guión establece pero olvida expandir en el camino.

Eso precisamente es lo que limita al filme y no le permite ser más que una moderadamente entretenida oferta cinematográfica: el libreto de Zetumer contiene varias ideas interesantes –sobre los peligros del jingoísmo y el uso de máquinas para atacar en el extranjero, entre otras- pero ninguna se desarrolla a plenitud. El segundo acto se apresura por llegar a la trillada conclusión que transcurre tal y como esperado, aunque por fortuna Padilha se encarga de que las secuencias de acción –particularmente una a oscuras- impresionen con su ejecución. Su experiencia con las cintas de Elite Squad le da a Robocop una estética más urbana y diurna, diferenciándose de la moda actual de filmar todo de noche y que suele dificultar su apreciación.

Durante la producción de Robocop surgieron informes de que el estudio metió la mano en la producción, y es posible ver dónde lo hicieron. La película empieza con su propia y distintiva visión de la premisa original, pero cerca del punto medio se va poniendo más y más convencional. De haberla dejado en manos de Padilha quizá el resultado habría sido superior, pero esta es su incursión en Hollwood y todavía no goza de ese privilegio.

La realidad es que en 25 años todavía estaremos hablando de la Robocop de Verhoeven y este remake habrá pasado al olvido como muchos otros que han venido y vendrán. Quizá sea un pobre elogio decir que este es mejor de lo esperado cuando las expectativas no podrían ser más bajas, así que me esforzaré y diré lo siguiente: en ningún momento durante la proyección de esta película deseé que se dañara la copia y pusieran una de la original. Eso es más de lo que se puede decir de la mayoría de los remakes que vemos anualmente.