Si tomáramos la magnífica “City of God”, de Fernando Meirelles, y la rociáramos con el polvo mágico característico de los cuentos de hadas y luego la disfrazáramos con el estilo cinematográfico del Bollywood de la India, el resultado sería “Slumdog Millionaire”, una película que, aunque no es perfecta, está perfectamente realizada.

Desde su primera escena, el más reciente filme del director Danny Boyle (“Trainspotting”, “28 Days Later”) nos revela cómo concluirá: “Jamal”, un joven indio, está a ley de una pregunta de convertirse en millonario en el programa “Who Wants to be a Millionaire?”. El resultado del concurso televisivo no es lo importante, sino descubrir cómo es que este chico, criado en los barrios más pobres de Mumbai, llegó hasta este momento de su vida.

Decir que “Slumdog Millionare” está repleta de clichés sería poco. El largometraje prácticamente contiene a todos los “usual suspects” de los clichés, como por ejemplo la historia de alguien que pasa de la pobreza a la riqueza, o el clásico “el amor lo conquista todo”. Pero aún así, Boyle consigue cautivar a los espectadores con un elaborado y fantástico acto de magia. Tanto así, que a pesar de que vi el final venir a mil millas de distancia, durante el último acto estaba en el borde de mi asiento.

Nominada a cuatro premios Globos de Oro, la película vibra en la pantalla grande con más energía y vitalidad que ningún otro estreno del año. La cámara de Boyle parece no detenerse por un instante mientras sus imágenes sobresaturadas nos hipnotizan con su esplendor, razón suficiente para que ustedes no se la pierdan cuando estrene exclusivamente el día de Navidad en los teatros de Fine Arts en Hato Rey.

Pero, como dije al principio, la cinta no es perfecta. Su estructura, basada en múltiples “flashbacks” que nos enseñan el pasado de “Jamal”, tropieza en algunos de estos recuentos, en particular dos de los episodios que  aparecen en la segunda mitad que lo que hacen es detener la acción, alargar innecesariamente la trama y – peor aún- restarle momentum al largometraje.

Del mismo modo, las actuaciones son medio disparejas. Los pequeños que interpretan a “Jamal”, a su hermano “Salim” y al amor de su vida “Latika”, son todos muy buenos y se sienten genuinos en sus papeles. Sin embargo, a medida que van creciendo y los actores van cambiando, se desconectan un poco del público.

Estas fallas no fueron lo suficientemente graves como para dañar mi disfrute del filme. Al momento no estoy seguro si lo incluiría entre mis “Top 10” del 2008 –esa lista aún no la tengo delineada- pero sin duda alguna es una fuerte contendora para ocupar una de las posiciones. Si conoce a algún cinéfilo y aún no le ha comprado nada para el día de Navidad, una taquilla para ver “Slumdog Millionaire” podría ser el regalo ideal.