No hay nada como Star Wars. A casi cuatro décadas del estreno del filme que desató un fenómeno cultural, no existe ninguna otra franquicia cinematográfica que incite tantas emociones entre millones de personas alrededor del planeta. Incluso en las precuelas –ampliamente despreciadas por la fanaticada-, esos segundos de absoluto silencio con la pantalla en negro que figuran en medio de “A long time ago, in a galaxy far, far away…” y la aparición del logo de “Star Wars” disparado hacia el infinito, guardan un universo de posibilidades, una promesa de que lo que vendrá después será algo bueno, mágico y divertido. Algo como lo que hoy encontramos en The Force Awakens.

El director J.J. Abrams está consciente no solo de este poder, sino de la responsabilidad que este conlleva, pues en sus hombros recayó la esperanza de que la serie volviese a ser lo que fue: una épica aventura intergaláctica inspirada en mitos antiquísimos como manantial para el arte de contar historias. Abrams lo logra, y si bien es cierto que había otros cineastas mejor capacitados para hacerlo, quizás ninguno era más apropiado para liderar esta primera parte de la nueva trilogía, pues su sensibilidad camaleónica para emular estilos –como demostró imitando a Spielberg en Super 8- es justo lo que satisface los reclamos de los fanáticos de retornar a Star Wars a sus orígenes. Para bien o para mal –más para bien, creo-, Abrams responde a ese clamor.

Esta nueva aventura nos devuelve a la esencia de la trilogía original, tanto así que se siente como un reflejo de esta. Visitamos planetas arenosos, nevados y forestales prácticamente idénticos a los que sirvieron de escenario en los viejos filmes. Nos reencontramos con héroes de la infancia, canosos y arrugados, pero no menos entrañables. Los villanos no son el Imperio Galáctico, pero definitivamente son un eco de él. Incluso la estructura de la trama –cuya sinopsis aquí no revelaré-, funciona como una amalgama de Star Wars, The Empire Strikes Back y Return of the Jedi, tomando piezas de sus arcos dramáticos y condensándolas a través de tres entretenidos actos. No en balde Lawrence Kasdan –quien escribió los libretos de Empire y Jedi- regresa aquí como coguionista. La nostalgia ciertamente es un componente fundamental de The Force Awakens, y su efectividad dependerá de cuán estrecho sea el vínculo emocional del espectador con la serie.

Para aquellos que crecimos con ella, la película será como toparse con un viejo amor, y no sólo porque Abrams sabiamente favorece los sets y efectos prácticos por encima de una puesta en escena puramente digital. Los planetas, naves y remotos rincones espaciales se sienten vivos, poblados por curiosos personajes alienígenos y robóticos que fueron creados enfatizando su corporeidad y habitar esta realidad junto a los actores de carne y hueso. Claro ejemplo de esto lo es BB-8, el pequeño androide que parece desafiar la física al balancear su cabeza sobre la esfera que compone su cuerpo. BB-8 funciona en pantalla tal y como lo hace en la vida real, facilitando la inmersión en este universo fantástico que tantas alas le ha brindado a la imaginación.  

Al igual que en Star Wars –o A New Hope, si prefiere-, la acción comienza impulsada por un androide con una misión. Abrams y Kasdan utilizan la valiosa información que se halla dentro de BB-8 como un claro MacGuffin para introducirnos a los nuevos personajes a través de los que redefinen los viejos arquetipos de la saga para actualizarnos a las sensibilidades contemporáneas más justas e inclusivas. El mundo ha cambiado mucho desde 1977 y es de esperarse que Star Wars cambie con él. De la misma manera que millones de niños y niñas quisieron ser “Luke Skywalker”, “Han Solo” y “Princesa Leia”, The Force Awakens presenta a un trío de héroes que apelaran a todos los sectores del público, independientemente de raza o género.

De estos, Daisy Ridley como la chatarrera “Rey” es la más destinada a ser fuente de inspiración por generaciones. La imprescindible banda sonora del maestro John Williams claramente la favorece, pues los temas que compone para ella sobresalen como los más virtuosos y memorables. La actriz británica domina todo lo que la película le lanza, desde las secuencias de acción hasta los momentos de comedia, incluyendo uno que resulta bastante accidentado, tonto e innecesario, pero que funciona gracias a ella. Ridley se adueña de la pantalla desde su primera aparición, exteriorizando la bondad de “Luke Skywalker” y el liderazgo de “Han Solo” sin prescindir de sus cualidades femeninas, poniendo fin al patriarcado que ha reinado en la saga y alzándose como la mejor protagonista que esta nueva trilogía pudiese tener de cara al futuro.

Abrams comprueba su diestro ojo para el casting no solo con Ridley, sino con John Boyega como “Finn”, un “Stormtrooper” con conciencia que se ve involucrado por casualidad en la batalla entre el lado oscuro y claro de “La Fuerza”.  La bravuconería con la que Boyega interpreta a “Finn” mantiene el humor en constante flujo y su pareo con Ridley no podría ser más acertado. Sus personajes comparten mucho en común, y es precisamente lo que los une lo que los lleva a formar tan tremendo binomio, consiguiendo junto al siempre bienvenido Oscar Isaac como el piloto “Poe Dameron”, repetir algo de aquella divertida química que se dio entre Mark Hamill, Harrison Ford y Carrie Fisher.

En el rincón opuesto tenemos a Adam Driver como el vil “Kylo Ren”. Hablar acerca de su personaje sin revelar algunos de los secretos del filme es como cruzar un campo minado brincando cuica. Sin embargo, cabe destacar el trabajo de Driver y la manera como el joven actor manifiesta el complejo conflicto interno que atraviesa el villano mientras se debate entre dos lealtades. En cierta forma, “Kylo Ren” representa el dilema central del argumento, con un incuestionable paralelismo con lo que acontece en la vida real, compuesta -al igual que en esta historia- por  ciclos tanto triunfales como trágicos. De primera pasada, la actuación de Driver quizás resulte un tanto distante, pero giros en el segundo y tercer acto invitan a reevaluar ciertos matices al ser revisitada.

Por supuesto, no se puede hablar de The Force Awakens sin mencionar a Harrison Ford y su excelente regreso como “Han Solo”. Hacía años que al veterano actor no se le veía tan vivo frente a las cámaras, como si el volver a meterse en la piel de uno de sus personajes más icónicos lo hubiese revitalizado y transportado de vuelta a 1980. Volver a verlo en acción junto a “Chewbacca” o interactuando con los actores jóvenes es uno de los mayores placeres que ofrece el largometraje. Súmele a eso una emotiva reunión con Carrie Fisher y no es nada menos que pura magia.  

Es precisamente a través de estos encantos provistos por la nostalgia lo que permite obviar en el momento lo que no funciona tan bien en The Force Awakens, detalles que -mientras uno está cautivado en el instante- pasan inadvertidos pero que en retrospectiva emergen como pequeñas decepciones. Por ejemplo, la trama que se tranca un poco en el segundo acto y las grandes coincidencias que en él abundan. Asimismo, la manera como el desarrollo de un personaje se maneja de manera apresurada con el único aparente propósito de cumplir con las necesidades del desenlace. Abrams, como de costumbre, lleva la película a todo galope, mitigando el efecto adverso de estas fallas, pero incluso su dirección de culminantes secuencias de acción no logra elevar las emociones al nivel deseado, específicamente en lo que concierne a esas épicas batallas aéreas que siempre han sido materia prima de la serie.  

Dicho eso, ningunas de estas reservas significan mucho cuando nuevamente vemos volar al “Millennium Falcon” o escuchamos el clásico tema musical de “La Fuerza” acompañando una nueva cara. Abrams lo sabe, y aun cuando The Force Awakens recorre lugares comunes y casi todo lo que nos presenta lo hemos visto antes, el poder de los mitos e imágenes que recicla continúa siendo igual de poderoso que hace 38 años. Su final es uno para la historia, el mejor y más emocionante que se haya visto en la saga, que a su vez sirve como un microcosmo de la propia película, pues nos da justo lo que queríamos ver y subraya la promesa de que lo que vendrá después será algo que ilusione, algo que será bueno, mágico y divertido.