Tan inmoral y pornográfico como el corrupto escenario en el que se desarrolla, The Wolf of Wall Street es una invitación por parte del director Martin Scorsese y el guionista Terence Winter a reírnos de un opulento desfile de obscenidades cometidas por un puñado de personajes depravados: multimillonarios corredores de la bolsa de valores que han acumulado sus exorbitantes fortunas robándole dinero a los que menos tienen. No debería ser tan gracioso, no deberíamos divertirnos tanto viendo comportamientos tan desagradables, pero lo es. Vaya que lo es.

Si logra terminar de ver el filme sin ofenderse es porque comparte el retorcido sentido del humor de esta estupenda farsa, y es que hay que reírse al presenciar esta recreación de la orgía de excesos que se vivió en una firma de corredores de Wall Street entre las décadas del 80 y 90. Las carcajadas emanan de la incredulidad ante el absurdo, pues cuesta trabajo aceptar la realidad de que personas así existieron y existen, mayormente intocables por la ley, burlándose de ella y de nosotros a diario, mientras convencen a nuevas personas de que compren acciones. Nos reímos porque no nos queda de otra.

La mofa se origina en la mera existencia de este proyecto, basado en las memorias de Jordan Belfort, un corredor de la bolsa que a los 26 años ya era multimillonario tras fundar su propia firma que vendía las peores acciones a precios ridículamente altos y con una comisión de 50 por ciento.Belfort cumplió una condena en prisión por fraude y lavado de dinero, pero pasó menos tiempo tras las rejas que individuos que han arrestado por poseer poco más de una onza de marihuana. Y ahora aquí nos encontramos, viendo una película acerca de sus fechorías mientras genera ganancias de la adaptación y venta de su libro.

El exconvicto es interpretado por Leonardo DiCaprio, quien da cátedra de su versatilidad en un papel que inmediatamente se distingue como uno de los mejores de su carrera, si no el mejor. DiCaprio impulsa el largometraje con la fuerza de un tornado F5 que acaba de absorber una montaña de cocaína, encarnando a Belfort como un hombre con la avaricia de Gordon Gekko, el carisma de Ferris Bueller y una tolerancia para las drogas equivalente a la de Hunter S. Thompson (la cinta se pude haber titulado Fear and Loathing in Wall Street).

Belfort es nuestro guía en este moderno bacanal romano, compuesto por los inescrupulosos miembros del 1 por ciento, del mismo modo que Henry Hill nos introdujo al mundo de los mafiosos en Goodfellas. Mediante su característica narración con la que rompe la cuarta pared, Scorsese intercambia a sus usuales criminales de la cosa nostra por unos de cuello blanco, más descarados y ruines que los matones comunes. Acompañamos a Belfort desde su llegada a Wall Street a los 22 años hasta su eventual arresto y convicción en una típica estructura de ascenso y descenso que el renombrado cineasta ha perfeccionado a lo largo de su filmografía.

En el camino, Belfort va conociendo a figuras claves en su esquema de fraude, comenzando desde su mentor, interpretado por Matthew McConaughey en una breve pero inolvidable aparición que establece la regla que rige a Wall Street y la que veremos evidenciada con lujo de detalles en el filme: “Nadie sabe si una acción va a bajar o subir. El nombre del juego es mover el dinero del bolsillo de tu cliente al tuyo”. Belfort la acepta como credo y dentro de poco tiene su propia firma que crece a pasos agigantados gracias a la labia con la que le enseña a sus empleados a engatusar a su clientes.

Su mano derecha es Donnie Azoff, encarnado por Jonah Hill como un repugnante y escurridizo trepador que arranca muchas de las mayores carcajadas en una película que ya de por sí es la mejor comedia que estrenó este año. El junte de Hill y DiCaprio en pantalla resulta en una combinación explosiva, cargada de humor negro tanto verbal como físico que llega a su punto máximo en una increíble escena en la que ambos están completamente drogados al punto de que han perdido sus funciones motoras. Scorsese no dirigía algo tan radical desde la criminalmente subestimada Bringing Out the Dead. Es como ver al artista detrás de Taxi Driver dirigiendo su versión de Superbad o The Hangover.

Las mujeres no son más que objetos en esta historia con la excepción de Margot Robbie como Naomi, la esposa de Belfort. Aunque no está libre de culpa, en medio de todo este libertinaje, Naomi sirve como la brújula moral. El papel de Robbie es pequeño pero esencial al ser quien único alza su voz para condenar lo que está ocurriendo una vez su marido toca fondo, y la actriz se desempeña encomiablemente en su segundo trabajo fílmico ante un veterano de la talla de DiCaprio.

Tras cinco colaboraciones cinematográficas, el binomio Scorsese-DiCaprio alcanza el cénit de su asociación en una película digna de mencionarse entre las mayores obras del cineasta niuyorquino. La energía con la que se manifiesta aquí no es característica de un director de 71 años. Su cámara es más ágil que la de directores con la mitad de su edad, siempre buscando a los sujetos en tiros que denotan su habitual astucia. Con la ayuda de su usual colaboradora, la editora Thelma Schoonmaker, estas tres horas se van en un abrir y cerrar de ojos.

Recientemente se reportó que tras una proyección de la cinta en Los Ángeles, un viejo miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood salió tan ofendido que al encontrarse a Scorsese en un ascensor le gritó que “¡debería darle vergüenza!". Más allá de que ofender a uno de los ancianos de la Academia debería verse como el más alto endoso de la producción, lo que hay que llevarse de este insignificante suceso es que Scorsese aún retiene la habilidad de provocar. La reacción a The Wolf of Wall Street variará de persona en persona, pero nadie se marchará del cine sin sentir algo.