La primera Transformers fue un éxito taquillero en el 2007. Aunque no era perfecta, contenía excelentes secuencias de acción, una trama entretenida y unos fantásticos efectos especiales. ¿Qué tan difícil podía ser filmar una secuela similar? La respuesta es “bastante”, por lo visto.

El director Michael Bay, junto a  dos de los guionistas de la cinta original, han tomado todo lo que no funcionó en  la primera entrega y lo han multiplicado por diez. Los gigantescos robots quedan  relegados a un segundo plano para darle mayor espacio a las estúpidas interacciones entre los humanos que van desde lo ridículo hasta lo chabacano.

Si Transformers  nos mostró escenas tan curiosamente inolvidables como la de un robot orinando, ésta película nos presenta a uno con un serio problema de flatulencias además de otras imborrables imágenes, como lo pueden ser los enormes testículos de un Decepticon, otro que simula sexo con Megan Fox, dos perros apareándose sobre un buzón y un close-up de los glúteos velludos del actor John Torturro. Y después hay quienes se atreven a decir que Bay no hace cinema de autor.

El  filme recurre a estas y otras risas  baratas -como drogar con marihuana a la madre del personaje principal y ponerla  a hacer idioteces- para entretener al público y ni se molesta en proveer la euforia que exige un proyecto de esta escala. Hay películas que requieren que el espectador apague el  cerebro para disfrutarlas, pero aquí Bay pretende que usted no sólo sea un ente acéfalo, sino que  apuesta exclusivamente a este burdo humor para entretener, ya que  la acción es poca y esparcida a lo largo de dos horas y media de proyección.

Para ser un estreno veraniego, Transformers: Revenge of the Fallen -que estrenó ayer en la Isla- se toma toda una hora en  llegar a su primera secuencia de acción y otra hora adicional para alcanzar la segunda; un desenlace épico en escala pero con una pobre ejecución. Si hay algo que Bay sabe hacer es filmar acción y que todo se vea “cool” en pantalla. Ni eso consigue. Cuando no está ocupado desplegando los lujosos carros último modelo de General Motors en los que se transforman los robots (se nota que la industria automovilística está en crisis), se concentra en exaltar al ejército de EE.UU.  con excitantes tiros de cámara que parecen sacados de un vídeo de reclutamiento militar.

¿Y los  Transformers? Bien, gracias. De ellos se ve muy poco y, desafortunadamente, menos aún de los héroes que aparecieron en la primera parte, en espacial “Optimus Prime” y "Bumblebee". En su lugar tenemos insoportables esperpentos, como los gemelos "Skid" y "Mudflap", los personajes computarizados  más estereotipados y ofensivos hacia los afroamericanos desde que  el infame  "Jar Jar Binks" hizo su debut  en Star Wars: Episode I - The Phantom Menace, hace diez años.

El guión es  absurdo, incluso dentro del ámbito de la irrealidad. La rebuscada trama incluye profecías, ridículos destino y, claro, no podía faltar el fin del mundo. Ni se moleste: encontrarle algún sentido sería un ejercicio fútil. 

Pero algunas cosas se retienen del primer filme: los efectos especiales continúan siendo formidables, Megan Fox sigue luciendo atractiva en la pantalla -aunque no sepa actuar ni para salvar su vida- y Shia LaBeouf es un buen mozo. Así que por lo menos el deleite visual todavía está presente. Si con esto le basta, la sala de cine lo espera. En lo que a éste cinéfilo concierne, es una de las mayores decepciones del verano, sino la mayor.