No me causa gracia el sobrepeso. Al contrario, lo detesto porque lo padezco. Así que hablo por derecho propio cuando digo que la estrategia de la presidenta cameral Jenniffer González, de repartir donas engordantes entre sus simpatizantes, dizque como muestra de su sentido del humor, resulta bastante desagradable.

Desde luego, ver en el periódico su foto, con una sonrisa tan grande como su papada, repartiendo las susodichas donas en la asamblea del Partido Nuevo Progresista en San Juan, es el peor ejemplo que puede darle esta "política de futuro" (como ella misma se describe) a las generaciones actuales y las de ese futuro al que aspira.

Pensaba en la foto del periódico, y lo mal que me sentó, mientras pasaba por las inmediaciones del hotel Caribe Hilton, sede de la convención el otro día. Había cruzacalles a diestra y siniestra, con las caras sonrientes de incumbentes que aspiran a revalidar en noviembre y hasta de uno que otro novato deseoso de probar fortuna en el Capitolio.

Fue entonces que la vi. Era un cartel bien colocado justo después de los puentes que conducen a la isleta de San Juan. El rostro me era familiar, pero no pude reconocerlo de inmediato. Tenía su nombre, pero como iba guiando, se me dificultó descifrarlo entre tanto cartelón y cruzacalles que competían por la atención de los automovilistas.

Seguí mi camino pensando quién era aquella cara que parecía nueva pero a la vez familiar. Y llegué al próximo cartel de la susodicha. Y por poco choco el carro del frente.

Era ella. Jenniffer González. Sonriente, con el pelo perfecto, la cara alargada, los pómulos ligeramente salientes (solo ligeramente), y una sonrisa amplia saliendo de unos labios perfectos. Demás está decir que no tenía papada. Nada, nada.

Es, creo yo, la contradicción personificada. Si Jenniffer González quiere lucir como esa que aparece en su cartel, con su mensaje de futuro, mejor que deje de comer y repartir donas engordantes a tutiplén y empiece a dar el ejemplo poniéndose a dieta y auspiciando comida saludable.

Debe haber alguien en su campaña que se lo aconseje. Que le diga que se ve mal, que no proyecta la imagen de juventud y futuro que pretende, y que ofrece el peor ejemplo posible a nuestros niños y jóvenes, en un país asediado por la obesidad provocada por los malos hábitos de alimentación y la falta de ejercicio adecuado.

No asesoro políticos, pero le voy a dar un consejo a la presidenta cameral. Póngase a dieta, anúncielo, integre a su equipo a ese proyecto, prometa públicamente bajar de peso --por su imagen y por su salud--, y cumpla. Estará ayudándose a sí misma, ayudando a mucha gente y promoviendo hábitos saludables. Y hará la campaña más efectiva que puede hacer un político en busca de votos.

No sé, quizás hasta yo me entusiasme. A bajar de peso, digo.