“¡Es más fea que la palabra booo!” Como sabemos, esa fue una de las frases que utilizó en una de sus comparecencias pastorales la reverenda Iris Nanette Torres Padilla, de la Iglesia Caballero de la Cruz.

La señora Torres la utilizó para describir a la actriz que encarna a la sirenita, en la nueva versión que los estudios Disney lanzará al mercado este verano. Un gran revuelo se formó pues las expresiones fueron valoradas como parte de un discurso racista.

Sorprende, además, pues salen de la boca de una dama que profesa la palabra. Una palabra que debe ser de amor y comprensión. Al menos, así lo percibo cada vez que me sumerjo en las páginas del Gran Libro.

Pero a mí me llama la atención cómo aquí determinamos, sin candidez alguna, qué es feo y qué es lindo. Esa valorización es totalmente sugestiva. Lo que para usted es lindo, para otra persona es regular o feo.

En días recientes llegó a este mundo mi segundo nieto. En esas primeras horas todos suspiramos al verlo. Lo primero que decíamos era lo lindo que estaba.

¿Saben qué? ¡Mentira! No existe algo con menos belleza exterior que un recién llegado. ¡Está esgreña’o! Hinchado por haber crecido en un espacio reducido. La piel un poco arrugada y reseca, pues aún no ha visto rayos de sol.

Vamos, que llegan bien feos y lo confirmamos con el paso de los años al revisar las fotos de esas primeras horas. Nada de bella visual.

Su belleza radica en el milagro de la vida. De saber que esa criaturita es una extensión de nosotros. Que es nuestro hijo o hija. Que es un nieto que refuerza ese lazo de continuidad familiar. Es herencia viva.

La belleza al bebé le llega con los meses. Se ponen gorditos. Toman una tonalidad de piel más saludable. Huelen rico. ¡En fin, se ponen sabrosos y lindos!

Otro ejemplo de ese prejuicio se manifestó el sábado en la coronación del Rey Carlos III. A estas alturas del juego existen personas con la machaca de que Lady Di era más hermosa que Camila. Atónitas veían a Camila como una usurpadora, al ser coronada reina.

Todo ese me parecía un ejercicio de futilidad, pero así se entretienen las personas en las redes. Lo cierto es que Carlos amó, ama y amará a su “feíta”. Al parecer, a Camila le sobra hermosura interior. Ella logró llegar al corazón de Carlos, algo que la hermosa Diana no pudo.

El desenlace de la vida de Diana Spencer fue una tragedia. Fue la culminación de una historia forzada para complacer a la casa real, al parecer, sin una gota de amor.

Las redes y vamos, nosotros en lo medios, somos portavoces de esta distracción. Sembramos el prejuicio. Los artistas son los preferidos. Siempre están con la vaina de mirarlos con rayos X. Miramos la forma de vestir. Cómo se peinan. Cómo sonríen. Qué comen. Cómo se paran. En fin, cosas inconsecuentes.

Ricky Martin es bello pero Marc Anthony es feo. Si uno es alto, la hermosura le llega por ósmosis. Si eres bajito, pues te fregaste. Si uno se pone gordo, ya estás feo. Si la cosa es a la inversa, pues uno se pone bueno. ¡No joda!

En múltiples ocasiones, muchas damas me lanzan flores por encontrarme elegante. Otras, sin sonrojarse me dicen: “oye, ¡tú eres medio feíto!” A mi lo único que me molesta de esa aseveración es lo de “medio”. No dore la píldora. Ráspeme las cosas como son. Reconozco que no seré lindo pero sí gracioso. La segunda esconde un poco lo primero.

Vamos a empezar a valorar la gente por lo que es y no por su apariencia. En la vida, he conocido gente elegante que son un asco como ser humano y me he topado con feítos que son un espectáculo de persona.

Jesús caminó entre mucha, mucha gente. Los abrazó, consoló, sembró esperanza y les llevó un mensaje. Estoy convencido que se topó con gran cantidad de feos. ¡A todos los abrazó! A ninguno le dijo: “boo”. Tampoco le importó su color de piel. A todos los llamaba hermanos.

A sus apóstoles les dijo: “Amaos los unos a los otros; como yo os he amado”. Ese es el mensaje que le encomendó. Que lo promulgaran. Estaba dirigido a todos, incluyendo feos, negros, blancos, flacos, gordos, altos o bajitos.

Ahora bien, mi querida pastora, la fealdad exterior se puede mejorar. Se adorna a través de la ropa. Se perfuma para oler rico. Si se cuenta con una gran personalidad, queda en segundo plano. En fin. Se disimula.

La fealdad interior ya es más difícil. Lamentablemente le confieso que pienso que esa abunda en usted. ¡Qué pena!