¡Qué mucho nos hemos gozado esa medalla! Nuevamente, el deporte demuestra que es la mejor fórmula para que dejemos a un lado las diferencias, los problemas, los pesares y nos unamos en un gran abrazo solidario.

Siempre he dicho que la educación y el deporte deben ser vistos como inversión y no como gasto. Tristemente, se observa con frecuencia cómo los administradores del gobierno central y municipal sacan la tijera para recortar cuando las finanzas se ponen en aprietos.

Enfocar esfuerzos educativos y deportivos, de forma integrada, debe ser promovido por nuestro Departamento de Educación con mayor fervor. Aquí incluiría también a las escuelas de Bellas Artes, como parte de ese programa de escuelas especializadas, que aparenta lucir tambaleante. El Departamento de Educación cuenta con un presupuesto saludable. Es cuestión de poner los recursos a trabajar de forma equitativa.

El refuerzo a las categorías menores debe ser la más alta prioridad, y entenderse por todos, que tiene que ser un esfuerzo subsidiado por el estado. La empresa privada debe seguir aportando. Pero seamos razonables, la realidad es que esas empresas están en un mercado pequeño y golpeado; un mercado importante, de alto consumo que mueve buen dinero. Pero no lo suficiente para usted decir que todo lo cultural, deportivo y educativo se divorcie totalmente de lo gubernamental.

Otro gran reto que tenemos por delante es la materia prima. Esa materia prima son los atletas. Desde hace cuatro años, la Isla está enfrentando la realidad de un descenso dramático en la natalidad. Unido a la baja en nacimientos, tenemos que muchas parejas jóvenes y productivas se han tenido que mover a los distintos estados de la nación americana para encontrar mejores alternativas de trabajo.

Ese, queridos amigos, es un ángulo en el cual hemos salido beneficiados a la hora de conformar las distintas selecciones deportivas que compiten a nivel internacional. El reto isleño que ha provocado el caos fiscal, y detonante de esa emigración, ha traído a la mesa un menú diferente.

Debemos entender que eso que llamamos erróneamente como diáspora, son nuestros hermanos. Es el mismo pueblo con el mismo palpitar patriótico divido por un brazo de mar.

Jasmine Camacho Quinn es el rostro más reciente de una cepa de atletas no formados en el 100x35 que sienten orgullo de nuestra bandera, nuestra insignia. Pueden no saber el español o hablarlo “machucado”, pero son puertorriqueños y dejan a un lado cualquier tentación para decir presente. Pasó tempranamente en el baloncesto, cuando Nueva York se convirtió en semillero de atletas que se traían a reforzar los equipos de la isla. Ahora lo vemos más frecuente en el baloncesto femenino, el voleibol y en deportes no tradicionales.

Así que disfrutemos el momento. Apoyemos a esos atletas y no saquemos a pasear tontos prejuicios. Complementemos los atletas isleños con esos que tienen a la mano las facilidades deportivas adecuadas para desarrollar sus habilidades, al tiempo que reforzamos las nuestras. Unidos somos más fuertes y mejores.