Saludos, Gobe. Soy yo, el periodista preguntón de las mañanas en radio. El que se indigna por las tardes en televisión. Ahora le escribo a usted en esta columna, sin intermediarios. Derechito y sin rodeos. Dígame una cosa, ¿no se encocora usted con las condiciones de la carreteras en el país? ¡Es que están del carajo! Excúseme la palabrita, pero es que me sale del alma.

Los hoyos en las carreteras se han normalizado. Ya se da por sentado que usted tendrá que sortear su suerte evitándolos. Está cañón que además de estar pendiente del que viene y del que va, tenga que rezar para no caer en uno. Esa no debe ser la norma, sino la excepción.

Ahhh, otra cosa. No son hoyitos, noooo. ¡Son cráteres! En algunos de ellos, Gobe, han sembrado en su interior los drones chinitas que usan para desviar el tránsito. Con estos ojos he visto drones que se han ido hasta la mitad de lo profundo que son.

No entremos en debates estériles. Da igual si la carretera es de la jurisdicción estatal o de la jurisdicción municipal. ¡Todas están malas!

Ya los motociclistas se manifestaron. Arroparon el Capitolio en reclamo de mejores vías. Uno de los suyos murió trágicamente al no poder escapar de esos hoyos. Lo más que duele, Gobe, es que luego de la muerte tapan el bendito hoyo. Así que no piense que son cosas mías. Son muchos los indignados alrededor de la isla que nos quejamos de lo mismo.

Usted que promulga la igualdad y que denuncia que la isla es tratada de segunda, ¿no se siente mal de ver que las carreteras, al otro lado del charco, no tienen hoyos? Digo, uno se topa con alguno de vez en cuando, pero uno camina por las grandes autopistas tramos bien largos y da gusto la estabilidad del vehículo. Eso va por ahí feliz de la vida.

Así que yo reclamo igualdad. ¡No quiero hoyos en mis carreteras! Aquí como que no se ve la urgencia para taparlos. Y le voy a decir una cosa, tenemos la capacidad. ¡Oh, sí! Mire usted, que en menos de una semana se hizo un carril adicional en la zona del derrumbe en el expreso 52. Entonces, ¿dónde radica el dilema? Digo, porque vuelvo y le digo, no veo urgencia en repararlos.

Entonces, uno los llama para entrevista en la radio y le sacan la lista de nuevos proyectos. Vamos hacer esto, vamos hacer lo otro. ¡Fenomenal! Pero yo solo aspiro a que me tapen los hoyos. Que mi carrito no sufra. Que no se me exploten las gomas, el cigüeñal y un montón de otras cosas que no sé ni pronunciarlas.

Reconozco que la lluvia no ayuda. Que el agua complica aún más la situación. Mas sin embargo, me pregunto, ¿por qué se dañan las carreteras tan rápido? Da la impresión como que solo tiran un “lambío” de brea. Tapan para salir del paso. ¿Quién supervisa esas empresas y la calidad del trabajo, así como del producto?

Sé que este problema es de administración en administración. Recuerdo los tiempos de Cuchín, que hubo un secretario de Transportación y Obras Públicas que se atrevió a decir que le llevaran los hoyos a su escritorio. De más está recordar que lo botaron como se merecía. Pero ello no es consuelo. Solo aspiramos a un poco de calidad de vida. Que cuando nos montemos en el carro podamos viajar por carreteras seguras. Que nuestra conversación no se vea interrumpida por gritos de ¡cuidado con el hoyo!

Otro asunto es la rotulación. María arrancó cuánto letrero había y no han tenido la misma velocidad para reponerlos. Por las noches, muchas vías siguen como boca de lobo. Así que no tenemos luz, no sabemos pa’ dónde vamos y rezando pa’ no tropezar con el hoyo. ¿No le parece terrorífico?

Soy un ciudadano que paga sus impuestos. Pago los carísimos peajes boricuas. Así que quiero ver mi inversión. Quiero darle envidia al resto de los estados, poder decirles que mis carreteras son las mejores y no la vergüenza de la Gran Corporación. Así que don Pedro, por favor, ¡ayúdenos!, que pa’ eso le pagamos.