En estos días, mientras disfrutaba de la presencia de mi nieta, descubrí una nueva serie de dibujos animados. Se trata de unos que usan esa nueva técnica de animación por computadoras, estilo estudios Pixar. La serie se llama “Cocomelon” y gira alrededor de una familia ordinaria y sus tres hijos. El menor, un bebecito, es el eje central de la trama.

Sazonado de canciones infantiles pegajosas, el dichoso “Cocomelon” logra su propósito de capturar la atención de mi nieta. Se queda hipnotizada. Absorta ante lo que ve. Responde con aplausos y sonrisas cuando lo que se muestra es de su agrado. Estando con ella, me doy cuenta de cómo pasa el tiempo y los gustos. Me remonté a mi era.

Mi crianza fue con el Tío Nobel y el “Show de Porky” por Telemundo, y Pacheco con los “Picapiedras” por Wapa. Ninguno de esos referentes les fue pertinente a mis hijos mayores, ni tampoco a mi nieta. Eran dibujos rústicos comparados con los de ahora, pero divertidísimos o al menos, yo siempre me lo he creído. Ya en los ochenta llegaron los “Pitufos”, creando novedad ante sus rivales sesentosos.

Cuando mi hijo mayor llegó a este mundo, en la década del noventa, se crió en esos primeros años con una serie que se llamó los “Telettubies”. ¡Qué cosa más tonta, mi hermano! Pero, al igual que a la pequeña Amaia, el Normando Jr. se quedaba embobao viendo la serie esa. Gracias a Dios que creció un poco y llegó a nuestras vidas “Barnie, el dinosaurio”. ¡Qué mucho dinero gasté comprando los videos del muñeco color púrpura! Esos videos eran el arma secreta, pues se podía a toda hora distraerlo, mientras uno se encomendaba a otras tareas.

Mientras crecían entraban al escenario otras cosas. Llegaron los “Power Rangers” y la fiebre de los “Pokémon”. Ya con ellos se complicaba aún más el panorama, pues se tenían que comprar las figuras de acción y en el caso de “Pokémon”, aparecieron unas cartas tipo barajas. Esas cartas sí que me estrujaron el bolsillo. Me pasaba el día escuchando que “esta carta vale más puntos que la otra”. Que si “me salió en el paquete una carta brillosa”. Que “estoy buscando esta carta que me aumenta el poder”. Era toda una jerga especializada y belicosa, pues los dichosos Pokemones eran una especie de guerreros y lo más curioso era que sus dueños los atrapaban en el interior de unas bolas rojas y blancas.

¡Gracias a Dios que llegó el Cartoon Network, que incluía muñequitos de antaño! Tenían en su programación personajes de mi época como el “Oso Yogui” y otras cosas. Yo buscaba sabotear los gustos de mis hijos y les ponía el canal. Claro, los gerentes de ese canal permitieron la llegada de nuevos dibujos animados y llegó a mi vida “Johnny Bravo”. ¡Qué cosa más devastadora! Qué muñequito más macharán y torpe a la vez. Ese enganchó por un tiempo a los ya no tan chiquitines.

La adolescencia trajo a mi vida el Disney Channel y la serie “Hannah Montana”. Esa serie parecía que no tenía fin. Eso era por la mañana, por la tarde y por la noche. ¿Cuántos capítulos tenía la serie esa? Era una pregunta constante que me hacía. Aparecieron posters de Hannah. Camisetas de Hannah. Muñecas de Hannah. Ropa de cama de Hannah. En un momento dado hasta pensé incluirla en la planilla.

Con la llegada de Génesis, hizo acto de presencia “Peppa Pig”. Se repitió la historia de Hannah, pues eso era Peppa de día, de tarde y de noche. Con ello, su mercancía. ¡Cuántas figuras! Todas en un momento dado se encontraron con mi pie descalzo a la hora de despertarme de madrugada. Génesis era medio regona y mis pies pagaban las consecuencias.

Luego llegó a mi vida “Atención Atención”. Esa me la gocé, pues era algo local. Víctor es de las personas más talentosas que he conocido y tiene ángel para los niños. Génesis lo adoraba y aún guardo gratos recuerdos de esos encuentros. Ahora Génesis abraza la adolescencia. Su gusto ha madurado y su cuarto está “forrado” de posters, memorabilia y otras cosas del cantante inglés Harry Styles.

Sentado con Amaia y su “Cocomelon”, hice un recorrido rápido por el archivo de mi mente. Realicé un viaje de más de cuarenta años. Desde mi niñez, que fue una muy feliz y la de mis hijos. Cada etapa diferente y con sus propios referentes. Envejecemos aceleradamente y no nos damos cuenta, hasta que esos pequeños momentos, en lo que algo tan cotidiano como ver un programa en Netflix, nos lleva sin querer a este mágico viaje.

Confieso que me lo disfruté, pero admito que algunas lagrimitas se asomaron a mis ojos. Nada, una reflexión diferente para dar gracias a Dios por la aventura de vivir y claro, envejecer.