Desde hace días, los medios están difundiendo las preocupaciones que tiene la comunidad internacional con el COVID-19 y las variantes del virus que lo provoca. Se habla en especial de la variante Delta, que tuvo su génesis en la India y se ha propagado aceleradamente. Su fácil contagio ha sido su pasaporte para avanzar peligrosamente.

En España, ya se habla de una quinta ola de contagios provocada, en parte, por esa variante. En Francia, su presidente ha capturado titulares, al tomar medidas drásticas de restricción contra los ciudadanos no vacunados. El lema consiste en que los vacunados van para la calle y los que no lo están, se queden en sus casas.

En Estados Unidos, el proceso se ha tornado lento al igual que en Puerto Rico. Diversos sectores siguen postergando su proceso de vacunación, atrasando la posibilidad de llegar más temprano que tarde, a las cifras que permitirían la tan cacareada inmunidad de rebaño. Poco a poco, hemos visto cómo la cifra de contagios ha estado subiendo al igual que las hospitalizaciones.

Ciertamente, da un poco de coraje. El mes de junio nos había dibujado una sonrisa, pues los números de contagios andaban por el piso. El proceso de vacunación caminaba a buen ritmo. Las restricciones se habían casi eliminado y se estaba dando la anhelada reapertura de casi toda la actividad deportiva, festiva y social.

De momento, ese sector poblacional, que está lleno de energía y juventud, se divorció de las vacunas y ha procrastinado el proceso al extremo, de que vemos poco a poco un repunte. No permitamos que la dejadez nos gane la carrera y tengamos que regresar a ciertas restricciones, si es que los contagios siguen aumentando.

Nuestros niños llevan tres semestres de enseñanza virtual. Ello ha minado el proceso natural de socialización y ha provocado profundas deficiencias educativas. Sería hasta criminal que, por no ser proactivos en el proceso de vacunación, tengamos que condenar a ese sector a enfrentar otro semestre sentado frente a una computadora.

Ahora sale a relucir, el debate de si el Gobierno debería obligar o no a la población a vacunarse. No debemos llegar a tal extremo y al estéril debate de si el gobierno está facultado para realizar ese acto.

Debemos agradecer que nuestra isla tiene acceso a las vacunas. Están en centros comerciales, farmacias de todo tipo y hasta en lugares de entretenimiento. Entonces, ¿qué nos detiene? Yo espero que no sean esas historias fantasiosas que venden en las redes sociales. Yo apuesto a una juventud bien informada y que da un paso al frente, para llegar a ese por ciento que nos permitirá dejar atrás todo este asunto.

Vamos a dar el brazo por Puerto Rico. Demos lección de civismo y aportemos para que esta pesadilla quede atrás.