Luego de las elecciones del 2020, se ha visto con entusiasmo la posibilidad de que se rompa con el ciclo bipartidista del Partido Nuevo Progresista (PNP) y Partido Popular Democrático (PPD). Las razones sobran para justificar ese optimismo generalizado.

Tanto los novoprogresistas como los populares tienen el cáncer de la corrupción carcomiendo sus estructuras. Administrando han sido igual de ineficientes. Así que ellos solitos alimentaron el descontento.

El proceso electoral del 2020 produjo resultados inéditos en la historia electoral del país. Cinco colectividades lograron quedar inscritas y todas llevaron, al menos, un legislador a la Asamblea Legislativa.

Los resultados son la semilla que se plantó en el 2007 cuando el ingeniero Rogelio Figueroa creó el partido Puertorriqueños por Puerto Rico. Una colectividad que agrupó electores más allá de su ideología. Vendía la posibilidad de un buen gobierno para todos, sin importar la trinchera ideológica en la que usted creyera. Fue una fórmula atrevida, pues generalmente nos agrupamos por ideologías.

Rogelio era simpático, arrojado y determinado, pero carecía de liderazgo. Bueno, al menos del estilo de caudillo que identificó a los que crearon partidos en el siglo pasado. Acuñó un mensaje distinto, al tiempo que canalizó el naciente descontento de los electores. Con su “peleíta monga”, logró 53,693 votos. No quedó inscrito, pero demostró que los mogules rojos y azules no eran invencibles.

El asunto fue evolucionado y llegaron las candidaturas independientes de Alexandra Lúgaro y Manuel Cidre. Jamás en la vida habíamos tenido candidatos con los números que ambos obtuvieron, cada uno por su lado y sin una estructura partidista.

Con esta antesala, el bipartidismo olfateó el olor putrefacto de la desaparición. De manera hábil, el liderato del PNP cerró la puerta para no permitir coaliciones electorales. Este concepto no es nuevo. Se utilizó en la primera parte del siglo 20. Tras la muerte de Luis Muñoz Rivera, Celso Barbosa y José de Diego no hubo líder que mantuviera la existencia de los aparatos electorales. La ausencia de los próceres era enorme y se dieron extrañas alianzas. Al final, todas culminaron en la creación de partidos fuertes.

Otra herramienta que tampoco existe es el concepto de una segunda vuelta. Ello permite una unidad de propósitos de los sectores que no resultaron favorecidos en un primer turno al bate.

Tal es el escenario del 2024. El reto está diseñado para dos. Se mira a la posibilidad de crear una unión entre el PIP y el MVC. Juan Dalmau es, sin lugar a dudas, el líder de mayor carisma en la isla. Los Victoriosos lo saben. Por eso, el coqueteo.

Ahora bien, ¿cómo se cocina esa receta? Esa es la gran pregunta. ¿Se apoya a Juan a la gobernación y dejamos ese renglón vacío en la papeleta de Victoria Ciudadana? ¿Se apoya a Manuel Natal para San Juan y el PIP no presenta candidato? ¿Cómo se mercadea eso? La otra vía es crear una nueva estructura política que los agrupe a todos. ¿Están el PIP y MVC listos para desaparecer y dar vida a algo nuevo? ¡Gran pregunta! Se necesita una Asamblea Legislativa que responda a ese gobernante. Los experimentos que hemos tenido de gobiernos compartidos, incluyendo el actual, provocan insatisfacción general. ¿Podrá esa nueva fuerza dar ese golpe tan temprano como en el 2024? Está por verse.

Lo que es cierto es que así sea un nuevo partido o una estructura de alianza, tienen un reto enorme. Deben tener en claro que, para obtener alguna oportunidad, esa fuerza política tendrá que desplazar del segundo lugar al PPD o al PNP. Porque en este sistema electoral, para bailar son solo dos.