Una de las cosas que más me impresiona de Puerto Rico, es la velocidad con la que cambian las noticias. Vamos de tema en tema y, en cuestión de días, se olvidan.

Entre el 9 y el 16 de enero, el panorama era dominado por el COVID, los contagios y hospitalizaciones. En un segundo lugar nos entreteníamos con la elección de Guaynabo y una candidata que le hacía las vacaciones a “La Cenicienta”.

La semana pasada nos movimos al debate del marbete conmemorativo de Roberto Clemente y el dilema de la Ciudad Deportiva del mismo nombre. Como satélites aledaños, teníamos la compra del vetusto hotel Normandie y la controversia por el proyecto de ley que busca condenar los piropos callejeros.

Ya está semana, el Rey de España -con su visita- así como el derribo de la estatua de Juan Ponce de León, asumieron el rol protagónico de las portadas, la pantalla y el “bla bla bla” de la radio noticiosa. De verdad les digo: ¡Es digno de estudiar!

Con la caída de la estatua, Puerto Rico se une, tardíamente, a un movimiento de hace algunos años, en los cuales diversos grupos reclaman que no se rinda culto a diversas figuras de nuestra historia. En esa redada internacional cayeron Cristóbal Colón, los Generales Confederados en Estados Unidos, así como otros conquistadores o militares. En México, barrieron con muchos de los monumentos dedicados a Hernán Cortés y sus huesos condenados al olvido en una iglesia, donde prohíben visitas.

En lo personal, no estoy de acuerdo con el derribo de estatuas o, incluso, vandalizarlas. Abrir esa puerta levanta pasiones que podrían generar violencia. Hoy fue Juan Ponce de León, mañana las estatuas de los presidentes de los Estados Unidos que ubican al sur del Capitolio. Como reacción, vienen fanáticos de ultraderecha y se llevan en “volanta” la estatua de Albizu Campos que se encuentra en un boulevard de Salinas.

El desenfreno continúa, así como la intolerancia, y podría llegar a que los ateos arranquen de cuajo la estatua de Juan Pablo II que se encuentra en la zona de Plaza Las Américas. ¡Sí, soy hiperbólico!, pero en esta isla de tanta creatividad, la bola sigue corriendo sin saber a dónde llegará.

Entiendo el reclamo de los que protestan. Tienen razón en algunos de sus argumentos. Ponce de León no fue ningún santo. Se comportó como lo que fue, un conquistador glotón, además de ser un pésimo administrador. Su negligencia le llevó a ser removido de su cargo, como les ocurrió a muchos de los primeros colonizadores. Así que desde el primer gobernador, Puerto Rico ha sido víctima de líderes limones.

La historia no se puede borrar, pero sí enriquecer. Todos los días, estudiosos y eruditos en la materia arrojan nuevos datos. Con ellos se documentan investigaciones que van corrigiendo errores históricos.

La herramienta existe. Está en nuestras manos. La educación puede atemperar su currículo para actualizarlo. Al añadir nueva información, se humaniza a estas figuras destacando sus luces y sus sombras. Con eso dejamos atrás idolatrías baratas. Claro, para esto se necesita voluntad y que las autoridades educativas tengan visión.

Piense, querido amigo o amiga, las estatuas pueden servir de tema de conversación. Al verlas, nuestros menores preguntan sobre el personaje que esté en el pedestal. Esto brinda la oportunidad de hablar sobre él. De lo bueno y lo malo que hizo. Si eliminamos la estatua, se elimina esa posibilidad. Queda relegado meramente a libros o escritos. Con el paso de las décadas, un segmento de la población se olvidaría de ellos. En el olvido, se llevan lo bueno que hicieron al igual que las barbaridades que cometieron.

Así que la estatua nos da una oportunidad también de meter los dedos en ciertas llagas. ¡Ya veremos!