¡Qué mucho escuchamos ese cliché en nuestras vidas! Es una de las frases más manoseadas a la hora de hablar del buen vestir. En cada desfile de modas o evento social, la frase salta de la boca de alguien. Es la predilecta para establecer que estás “in” con la corriente de avanzada y que posiblemente proviene de Europa, dónde producen lo último en cuanto a diseños.

En Puerto Rico, sucede lo mismo, pero a nivel gubernamental. Saltan de moda en moda, a la hora de arreglar asuntos o dar la impresión de resolverlos. Entre los años 80 y 90, surgieron las procuradurías. Esas agencias de nuevo cuño que prometían resolver los temas de los más desvalidos. Surgió la Procuraduría de la Mujer, de la Vejez, Veterano y hasta la del Paciente, que fue eliminada. Era la solución al colapso, principalmente de lo que se conocía como Servicios Sociales, que no atendían a estos sectores de forma correcta. Por ello, se acudió a la separación de los mismos, con el único fin de tener una mano amiga que le metiera fuete al alicaído ente gubernamental, que repito, no les servía.

La pompa con las que fueron creados perdió su brillo, pues padecieron de escasez de presupuesto. Sumado a que muchos de sus jefes respondían al partido de turno. La mano fuerte que se anunciaba se tornó monga y manca, si el que estaba en el poder era “guineo del mismo racimo”. No se fiscalizaba como era debido y a la hora de realizar campañas de orientación o algún esfuerzo en particular, alegaban que sus finanzas estaban finitas. Así, el poder fiscalizador quedó menguado.

Luego la moda cambió. Ahora de procuraduría pasamos al término albergado por el Gobierno: el concepto de las sombrillas. Se les ocurrió que la eficiencia llegaría si juntaban muchas agencias bajo un solo nombre. Enlazaron agencias con la promesa de eliminar la burocracia, fomentar el buen servicio y ser más eficientes. Con el paso del tiempo nos confrontamos con la realidad de que las aguas burocráticas, unidas a choques de poder provocaron lo de siempre; que no ejecutan política alguna. Ciertamente, frustrante.

De esa forma, la última moda en el Gobierno de Puerto Rico es el concepto de las órdenes ejecutivas y declarar estado de emergencia. Ambas loables gestiones gubernamentales, pero con dudoso futuro.

Comencemos con las ordenes ejecutivas, muy comunes en la pandemia pero con poca garra. Desde Wanda Vázquez, hemos visto cómo las órdenes son meros parchos. Pierluisi las ha repetido y las mismas parecen coladores por donde escapa la impunidad, ya sea porque no se evitan las aglomeraciones, el distanciamiento, el uso de las mascarillas y hasta el toque de queda. Son retadas por locales y no se diga por los turistas. Las redes sociales atestiguan el desorden y por ende, el fracaso de las benditas órdenes.

De ahí, pasemos a los Estados de Emergencia. El primero fue para decretar Emergencia por Violencia de Género. Más que meritorio. No obstante, se arrastran los pies. El configurar el grupo de trabajo ha resultado ser un proceso lento y tedioso. Ojalá no sea augurio de naufragio de un loable esfuerzo.

El Gobierno también convocó un Estado de Emergencia para poner al día las escuelas. Ello, sí que me dio coraje. Durante la pandemia se pudo haber configurado equipos de trabajo que velando el distanciamiento y bien equipados, aprovecharan el tiempo y realizaran trabajos profundos en nuestras escuelas. Lo que, evidentemente, ¡no ocurrió!

Fácilmente podía haber un empleado por salón, otros en el techo, en las afueras, en fin, brigadas completas que sin rozarse, pudieron haber aprovechado el tiempo. Pero en su lugar, la ambición de poder de una ocupante en Fortaleza, los dejó cobrando en su casas para ver si cazaba votos en la primaria. Los opositores también callaron pues de igual forma, velaban la güirita electoral y ver si pescaban uno que otro votito.

Así el tiempo con su almanaque se nos vino encima. No hicimos nada. Aquí el gran problema es que no se ejecuta. El gobernador, esa figura que en el pasado ejercía poder y todos obedecían, ha venido a menos. No se ejecuta nada. Ante ello, se crean conceptos o modas como las ya descritas aquí, que se estrellan en la realidad. Hemos visto cómo el último grito de la moda ha ido desde las procuradurías hasta las declaraciones de emergencia, todos con pobres resultados.

Lo triste es que en este juego hemos perdido todos.