Cada vez que tomo en mis manos el control remoto del televisor, salta a mi memoria uno de los recuerdos más gratos de mi niñez. En aquel entonces, mi hermano y yo fungíamos como el perfecto control remoto de mi papá. De manera frecuente nos decía: “mijo, párate y cambia el canal” o, simplemente, “pon el 4 o el 9”, en referencia a Wapa TV y al viejo canal 11, mejor conocido como Cadena Pérez Perry.

De igual forma, nos decía: “enchúfame” esto o lo otro, cuando tenía que utilizar ciertos enseres eléctricos. Esa palabra era mágica, pues al enchufarse el artículo de interés, comenzaba a circular la corriente que permitía el funcionamiento de ese aparato conectado y que podía ser desde un abanico, un radio o hasta la licuadora, con la que mi madre preparaba unas deliciosas batidas, o el sofrito que sazonaba nuestras comidas.

El concepto del enchufe me rebotó en mi cabeza, mientras observaba con atención las vistas camerales de la Comisión de Salud, que le sigue la pista a la fallida compra de pruebas de COVID-19 por la friolera de $38 millones a una compañía australiana, y que utilizó en la isla una empresa del área de construcción.

En la silla caliente estaba Juan Maldonado. Este abogado de profesión era -a todas luces-, la mejor representación de alguien bien enchufao.

Maldonado ha sido donante principal del Partido Nuevo Progresista y bajo la administración de Ricardo Rosselló llegó a tener hasta siete cargos distintos, entre ellos, director de la Autoridad del Transporte Marítimo. Lo increíble del asunto era que figuraba también representando a varias compañías, en las que gozaba de participación activa. El hombre, simplemente, guisaba de todos lados.

A través de la televisión, teníamos de cuerpo presente a un verdadero inversionista político. Esa es una figura siempre mencionada, pero pocas veces tenemos la oportunidad de verla encarnada. Allí estaba Juan Maldonado, cuya habilidad le permitió agenciarse un contratito de manera expedita en solo horas.

Gracias a la gestión de una institución bancaria que levantó bandera, se pudo evitar que la transacción se consumara. Sin embargo, tuvimos la oportunidad de ver y escuchar cómo una persona, bien enchufada a los contactos precisos, había podido lograr tal proeza. Incluso, a pesar de ser un reconocido estadista, logró trabajar bajo la administración de Aníbal Acevedo Vilá.

Ese dato me recordó a otra figura de los años noventa. Se trató de un empresario cuyo nombre era Eladio López. Esta persona fue objeto de una investigación y como parte del proceso, se descubrió que en la campaña de 1996 había dado dinero a las campañas del entonces gobernador Pedro Rosselló, Héctor Luis Acevedo y hasta de David Noriega. Ese había soltado semillas por todos lados, con el fin de ver qué germinaba.

Estas figuras son las que lesionan la credibilidad gubernamental. Es legítimo hacer negocios con el gobierno. Bajo nuestro sistema capitalista, es permisible brindar servicios, satisfacer necesidades y hasta que usted logre ganancias dentro de unos parámetros razonables. Sin embargo, todo eso se echa por la borda cuando aparecen estos “comelones” bucaneros, que se valen de cuanto truco tienen y de sus buenas conexiones, para burlar la competencia leal y justa. Es así como vemos que buscan de todas formas codearse con la crema y nata partidista. Son compay o comay de políticos de importancia, pues así encuentra viabilidad a su enchufe, para jalar dinero en grandes cantidades.

Le agotaría la vista, si comenzamos a elaborar una lista de personajes rojos y azules que se han dedicado a estos menesteres. Pareciera ser que en lugar de ser inscritos en el registro demográfico, estos personajes son inscritos en el registro de corporaciones del gobierno. Es así como hemos escuchado historias de personas que, para lograr competir por algún contrato, reciben como repuesta que tienen que conseguir algún enchufao que le sirva de puerta de entrada.

Uno se pregunta, cuándo terminará todo esto? Antes, resolvíamos el asunto sacando un gobierno y poniendo otro. Pero, esta medicina ya no funciona del todo pues los enchufaos se han sofisticado y al igual que los cables que halan la energía para mover ese aparato electrónico, ya tienen “mangá” la forma de hacer negocios. Resulta muy triste ver que el dinero fluye con la misma potencia que la electricidad, pero para sus bolsillos.