Puerto Rico se estremeció el pasado lunes con la masacre de tres policías, hombres jóvenes, honestos y comprometidos con su profesión. Nos unimos al gran lamento ciudadano y expresamos nuestro más sentido pésame a sus familiares. Sin embargo, no vengo a derramar penurias en esta columna.

Creo que debemos movernos de la indignación a la acción. Hace largo tiempo que a la Policía se le ha dado de arroz y de masa. Se ha dejado a su suerte, su fuerza ha diezmado de forma dramática. Su salario y beneficios no representan compensación digna para tan alto riesgo. Su pensión fue descuartizada. En fin, bajo la evaluación de dólares y centavos, no vale la pena servir como agente del orden público.

Los que aún quedan en la fuerza lo hacen por compromiso, por vocación. Pero para mantener una familia bajo estos parámetros de dignidad, estos servidores tienen que ser más que creativos.

Por años, la Policía fue un cuerpo adoctrinado con elementos cuasimilitares. Su fuerza fue utilizada incluso para entrar en aspectos políticos productos de una era de décadas de guerra fría. Supervisores sin escrúpulos le dieron una tónica castrense. Se volvieron antisindicales y antimovimientos estudiantiles. Eran los tiempos de “a Dios rogando y con el mazo dando”. Por esa fatídica semilla se impuso la reforma.

Se tiene que corregir lo mal hecho, pero no sigamos demonizando a este cuerpo que a fin de cuentas vela por la seguridad ciudadana. Ellos salen cuando usted duerme; ellos sirven cuando usted se refugia de tempestades, huracanes y hasta terremotos. Velan por propiedad privada. Atienden emergencias sociales. Protegen a los desvalidos.

Vuelvo y digo, no son perfectos, pero tenemos que apoyarlos a ser mejores cada día. Es hora de presentar un frente unido, mejorar sus condiciones laborales, su planta física, sus herramientas de investigación. Robustecer sus filas, devolverle el brillo a la placa que tristemente hemos ayudado a empañar.

Estamos en un punto donde se le perdió el respeto al uniformado. Ahora los maleantes se sienten impunes, violan los toques de queda, capean por su respeto en propiedades privadas. Usan las vías de rodaje como si viviéramos en la época de “Mad Max”. Asesinan a cualquier hora sin importar lugar.

Pero lo más doloroso es que el bajo mundo está armado hasta los dientes y nuestros policías siguen con “pistolas de fulminantes”. ¡Qué vergüenza! Es hora de tener una fuerza digna, que nuestros agentes cuenten con el arsenal adecuado para enfrentar los retos del día a día y con la tecnología que vaya a tono a los tiempos.

No es incongruente aspirar el poder tener una cuerpo policial respetuoso con el ciudadano, justo a la hora de atender protestas pacíficas, controlado en cuanto al uso extremo de su fuerza bruta, pero a la misma vez capaz a la hora de investigar crímenes y ágil a la hora de responder a las agresiones criminales.

Ahora que estamos al inicio de un nuevo cuatrienio es hora de ponernos a trabajar en esa dirección. Las familias de los agentes caídos se merecen que todos despierten de este letargo y pongan la acción donde van las palabras.