En estos días se ha visto un desborde de mensajes de solidaridad, afecto y empatía con la familia de Héctor Ferrer Ríos, quien a sus 48 años se nos adelantó en el último viaje terrenal.

Una vez más, la muerte nos pone de manifiesto su ironía. Nadie conoce su fecha de expiración, por lo que es imperativo hacer un alto y reflexionar sobre varias cosas. 

Tenemos una realidad. La vida es frágil y al igual que la flor, se marchita. Un accidente, un imprevisto de salud a corto o largo plazo, nos puede arrebatar la existencia. Es por ello, que debemos aspirar a dejar un legado. Un legado que permanece donde nadie lo puede arrebatar, en el corazón. Que mejor herencia. Sin comparación con cualquier otro material, que se pueda gastar como el dinero o que pudiera ser manzana de discordia entre los que se quedan, como propiedades o cualquier otro bien. 

Debemos vivir intensamente y disfrutar de las cosas que valen la pena. Disfrutar a sus hijos. Verlos crecer y estar en todo momento que sea importante para cada uno de ellos. No menosprecie evento, así sea un día de juegos o una actividad cualquiera de la escuela. Allí debe estar. El reloj no se detiene y ese libro se escribe rápidamente. En un santiamén pasan de sus brazos a caminar por sendero propio.

Dios es perfecto y nos creó con manos y brazos. Acaricie y de un abrazo. El tacto es un don especial. Cierre los ojos y piense en la suavidad de la piel de un niño. En el rostro de la mujer que ama. Su computadora cerebral guardará plácidamente esos archivos. A la hora de dormir, trate de repasar esas sensaciones. Le aseguro que dormirá plácidamente. 

Es importante amar intensamente y dejarlo saber. Muchas veces damos por sentado que nuestros seres queridos saben que nos importan. Que los queremos. Que son especiales. No asuma. Déjelo en evidencia. Sea un “laposo”, aunque lo critiquen. Mejor pecar de meloso a que sea una persona fría. El afecto es necesario porque alimenta nuestra autoestima y nos ayuda a enfrentar los retos de esta montaña rusa, que se llama vida. 

Evalúe su diario vivir. Debemos dejar de vivir para trabajar. Recuerde que es a la inversa, se trabaja para vivir y llenar unas necesidades básicas. No sea goloso tratando de construir o sumar lujos innecesarios. Muchas veces nos entregamos al trabajo aspirando ser excelentes profesionales y olvidamos convertirnos en buenos seres humanos. Perdone y entienda. 

Nadie tiene la verdad absoluta agarrada por el rabo. Debemos reconocer que muchas veces somos nosotros los que metemos la pata y no necesariamente el otro. Echar culpas es fácil. Admitir que nosotros la “ensuciamos” es más difícil, pero debemos comenzar a recorrer ese camino. Es complicado, lo sé. Se nos diseña un código de protección para siempre echar la culpa a alguien. Nosotros estamos bien a lo Bad Bunny y los demás que se fastidien. 

Finalmente, debemos creer en algo. Existe una fuerza suprema que nos rige. Llámele Dios, Alá, Jehová, Yave, Jesucristo, Mahoma, Buda. El que sea. Cultivar la espiritualidad es importante pues nos enseña un camino hacia la paz interior. Eso que llamamos religión muchas veces ha provocado conflictos y tribulaciones entre las razas. El fanatismo religioso es más responsable de la condena de almas que las propias plagas o enfermedades. 

Véalo como algo íntimo. Que sea una comunión entre usted y ese ser supremo. Conéctese y prepárese para la transición final al tiempo que trabaja para dejar como herencia un mejor lugar para vivir. El legado perdurará en el corazón y la mente de quienes realmente valen la pena.

Hoy, Héctor no está físicamente, pero su semilla está bien sembrada en sus hijos, padres y hermanos. Misión cumplida.

Ahora es el momento de trabajar en la nuestra.