Hoy tengo la dicha de abrir mis ojos y darle la bienvenida al medio peso. Cincuenta años es una bendición. Estar en salud, contar con gente que le quiere y que le ame, es el mejor regalo que uno puede tener. El ser humano moderno se olvida de vivir y agradecer, como dijo Keylla en una ocasión. En estos días, trato de fijarme más en cosas que antes no hacía.

Bebo el café más despacio. Miro al cielo de vez en cuando para ver las nubes. Me transporto a mi niñez cuando mi hermano y yo nos trepábamos en el carro del viejo y jugábamos a ver qué forma podíamos detectar en el movimiento de ellas con el viento. A Génesis se le arruga la cara cuando le hago ese cuento. En la imaginación moderna de teléfonos inteligentes y videojuegos, puede sonar a que esa etapa se desarrolló en el solar de los aburridos. 

Incluso sin decirle, me detengo y la contemplo en sus juegos de muñecas. A sus 10 años estoy consciente que ese tiempo está por terminar. Mi niña crece cómo crecieron los otros. El calendario vuela y nos olvidamos que se nos van. Me recuerdo cuando me decían que los hijos son un préstamo de la vida. Gran verdad. Unos son adultos, otros estudian fuera de la Isla. 

Me da cargo de conciencia el recordar cuando estaban pequeños. Todos juntos, gritando, jugando, saltando y -en muchas ocasiones-, los regañé con el clásico “¡quédense quietos, no joroben más!”. Ahora pienso que esa etapa fue muy breve. Por eso, a son de broma le digo a Génesis que por favor no crezca. Ella, simplemente, ríe. 

Añoro a los que se han ido: familiares, amigos conocidos. Qué ingrata la vida que incluye en su oferta la muerte. Son otra bofetada de realidad que demuestra que el tránsito por esta existencia no es para pendejadas. Tenemos que guardar en el corazón lo que de verdad importa. El enojo, rencor y otros males son un ancla que envenenan nuestra breve estadía terrenal. No le sermoneo, a mí me queda mucho por mejorar como ciudadano del mundo. 

Algunos me preguntan, ¿por qué celebro tanto llegar a los 50? Siento que es una victoria. He podido disfrutar de una niñez espectacular, con unos padres insuperables. Sin abundancia, pero sin necesidades. La juventud me dio la oportunidad de salir de mi entorno utuadeño y conocer mundo. Amores breves, amores largos, amores frustrados. Todos son recuerdos y enseñanzas. 

Los veinte y los treinta fueron de éxito laboral. No todos logran trabajar en lo que les apasiona. Tuve y tengo esa dicha. Luego los hijos. Cuatro engendrados y dos que Dios me regaló y que amo como míos. 

Una compañera de vida que es bendición. Un todo. Ella es paciente, consejera, amiga, confidente, enfermera, cómplice y en los momentos más difíciles, el sostén que evita que me desmorone. En ocasiones, me pregunto, ¿cuánto le debo a Dios por enviarla a mi lado?

Los primeros 50 también dieron su dosis de amargura. Al igual que la rosa que tiene espinas, trajo el fracaso. He perdido trabajos, relaciones y hasta bienes materiales. Me he caído y me levanté. Me ha dejado moretones. Me pelé las rodillas. Cantazos a granel. Lágrimas y sin sabores, pero a pesar de esto ha sido una buena vida.

Que vengan los próximos 50. Las arrugas me cubrirán y los achaques llegarán. La primavera pasó. Mi verano se acaba y pronto llegará el otoño. Al igual que Neruda, solo aspiro a decir: “Confieso que he vivido. Disfrute la suya también”.