El juicio de Ángel Pérez, exalcalde de Guaynabo, ha sido la “comidilla” de los pasados días. Igual que una novela, ha revelado detalles de las artimañas de las que se valen los inescrupulosos para agenciarse negocios en Puerto Rico.

Con lujo de detalles, los testigos de la fiscalía han sacado a flote toda una estela de trucos sazonados con billetes verdes para seguir con el chupete. Lo que ha salido no es nuevo. Se sabe de tiempo atrás. Es el mismo esquema repetido, una y otra vez.

Sin embargo, les voy a hacer una confesión. En esta ocasión, algo llama mi atención. Se trata de la reacción de algunos que se proyectan sorprendidos. Se muestran alarmados y abriendo los ojos, como si se tratara de algo novel. Usan frases como: “¡Se abrió una caja de Pandora!”.

No sé si la reacción es por el político involucrado. Ángel siempre se proyectó como un bonachón. Ese que no rompe un huevo, con cara de tontejo, bien administrado. Terminó sus días de manera triste. Con una imagen de raterito de barrio, escondiendo dinero en una media.

Un veredicto es lo que está en la ecuación para determinar si pasará una larga temporada en la cárcel o se sale con la suya. Por lo que ha trascendido hasta ahora, parece que la defensa tiene un hueso duro de roer para minar el caso de la Fiscalía federal.

Si la reacción es por el involucrado, pues les doy el beneficio de la duda. Si es por el contenido de lo que ha salido a la luz, permítame decirle que me sorprende que se sorprenda.

Tristemente, en la isla abunda el inversionista político “choreto”. Ahí están retratados. Buscones que contaminan todo lo que tocan. Pero, ¿sabe algo?, ellos no existirían si no tuviéramos servidores pillos. Si tuviesen los timbales bien puestos, los mandarían lejos con sus apestosas proposiciones. Pero la avaricia es algo malo.

Muchos políticos pretenden defecar más arriba del orificio de escape. Lo gracioso es que entran proyectándose humildes. Entran a la política, porque “les preocupa el ciudadano”. ¡Servir, servir, servir! es la palabra más manoseada por todos.

Ahora bien, logran el acceso al poder y se olvidan de servir. Las calles llenas de hoyos, pobre servicio comunitario, pereza en la limpieza. Cero calidad de vida y seguridad. Esa es la radiografía general.

A la hora de repartir culpas, todos la tienen, menos ellos. Les preocupa, andar en guaguas lujosas llenas de biombos, haciendo negocios turbios con café y pan de maíz.

En el juicio de Ángel ha salido hasta la señora vanidad. Ejemplo de ello es el político que se preocupó en aumentarse el tamaño de las nalgas. Lo hizo tras convertirse en alcalde. Mientras era ayudante legislativo, no le importaba andar chumbo. A ese nivel de trivialidad han llegado.

La aportación mayor de este juicio es desnudar la pantomima de las subastas. Es puro cuento el decir que los alcaldes se desentienden de ese proceso, al nombrar juntas de subastas, en las cuales ellos no están incluidos.

Al final, ellos son los que halan los hilos. Filtran información a quienes quieren beneficiar. Hacen acomodos. Otorgan subastas con números bajos y, a través del mecanismo de cambio de orden, van inflando la cifra de los proyectos.

Al final, los inversionistas salen ganando. Poco importa el color del alcalde. Tras 60 años de bipartidismo, el inversionista aprendió una sola frase que le dibuja una sonrisa. “¡A Dios rogando, al alcalde sobando y el billete saltando!”.

¡Qué tragedia!