El reloj marcaba las 5:51 de la tarde. Mi mente solo pensaba en el tiempo que restaba para acudir al “ponchador” y terminar mi turno. Era la cotidianeidad de un miércoles cualquiera. Pero, el teléfono suena. Era el jefe de seguridad de Wapa.

Contesto y sale la voz de mi amigo Steven: “jefe, ¡lo buscan dos alguaciles!”. Por un momento, guardé silencio. “¿Eh, y qué quieren?, le respondí. “Te traen una citación”. Creo que me puse pálido. Un frío me recorría el cuerpo mientras trataba de buscar una explicación.

“¡Glenda me querrá dejar!, “¿Me van a entregar una citación de divorcio?”. Comenzó el cerebro a maquinar. De inmediato, traté de calmarme y me respondí: “¡pero si me estoy portando bien… y ella se despidió de mí con un besito en la mañana!”.

Más calmado de la ráfaga de teorías de conspiración que mi cerebro maquinaba, lancé una última pregunta a Steven. “¿Te dijeron de qué es la citación?”. Respondió: “Tiene que ver con los sucesos de ayer en Caguas”.

Ahora sí, que me perdí. El de seguridad se refería al suceso en el que un hombre de origen libanés acabó con la vida de dos personas con quienes tuvo alguna disputa por un terreno. De inmediato, me dirigí a la entrada de Wapa. Allí estaban los alguaciles. Lucían sus abrigos de trabajo y, tras saludarme, me dieron la citación y unos papeles para firmar.

Allí estaba mi nombre y con letras en relieve y negro intenso, que leía, “comparezca el martes 5 de septiembre a las 8:30 de la mañana”. ¡Ándate pal carajete! Estaba citado de verdad. Me preguntaba qué tenía que ver con el suceso, si ese día no había salido del canal y estaba sentado en el set de noticias cuando ocurrió el violento incidente.

Volví a leer. Debía estar en el tercer piso de la fiscalía de Caguas para entrevista. Se me dibujó una sonrisa y comencé a vacilar con los alguaciles que muy poco podían aportar, pues eran meros mensajeros.

Llegó el martes y entro a la fiscalía. Un edificio muy bonito lleno de gente agradable. Por allí caminaba el hijo de Fermina, bien culi-trinco. Estaba consciente que no había hecho nada, pero al igual que a muchos, esos lugares me parecen intimidantes. Además, cada vez que en el pasado acudía a los tribunales salía con dolor en el bolsillo, debido a la pensión alimentaria.

Entré a la oficina de la fiscal. Una dama muy sencilla y elegante. Pestañas largas, grandes espejuelos, muy bien maquillada y de hablar, correcto. “Tengo un testigo que insiste en que el acusado habló con usted, antes que el incidente ocurriera”, me dijo con voz firme.

De inmediato, subí las cejas estilo “Facundo”, el personaje de Wilson Torres. “¡Eh, pero si yo nunca estuve en Caguas y estaba en mi programa de televisión!”, le respondí con cierto grado de humor.

“A mí me extrañó, pero tengo ese testigo que dice enfáticamente que eras tú”, me dijo la fiscal. “Pues creo que me confundió con otro”, le añadí, al tiempo que le explicaba la razón de su equivocación, cual me reservo, para guardar la identidad de la persona con la que me confundió.

De ese momento, en adelante la conversación fue más relajada. Comenzamos a hacer bromas y anécdotas de confusiones. Incluso, vino a mi memoria una clásica que utilizo ocasionalmente cuando me invitan a eventos o charlas. La uso para romper el hielo con algo de humor.

En cierta ocasión, acudí a una megatienda en Manatí. Al entrar, estaba guiando uno de esos carritos de compra y paso al lado de esta pareja de jóvenes. El varón le dice a su compañera, “¡mira, mira, el de las noticias!”.

Su entusiasmo me dibujó una sonrisa que se me desapareció de inmediato cuando añadió; “¡Carlos Weber, Carlos Weber!”. De más está decir que apreté tanto y tanto las manos al carrito, que la marca quedó impregnada en mis manos un buen rato, mientras me pasé un tiempo tratando encontrar las siete semejanzas entre Carlos y yo.

Pero así ocurren las cosas. Las personas se confunden. Ven un reportero y le dicen el nombre de otro. Esto pasa todos los días. En mi caso, se puede corroborar fácilmente.

Pero, ¿qué de aquellos que son confundidos y se les relaciona a situaciones con la cuales no tienen nada que ver y se ven sumergidos de momento en tremendo lío? Este caso me puso a pensar sobre estas situaciones.

Así de complicado son los procesos. Sobretodo los que están relacionados a la justicia. Un error, una mala identificación, una confusión y se desgracia una vida.

Así de serio es el trabajo de los agentes investigadores. Así de riguroso debe ser el de los fiscales. Son los cirujanos de la ley. Un paso mal dado, un cálculo mal efectuado, un caso radicado con prisa y todo se viene abajo.

Esa es la reflexión que queda, lo demás, solo forma parte de una simpática anécdota. ¡Hasta la semana que viene!