El presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Rico, Jorge Ledezma, alborotó el gallinero la pasada semana al tocar un tema demasiado sensitivo. Lo hizo sin candidez alguna. Es más, sonó hasta arrogante.

El señalar que en estos días algún ser humano puede vivir con un salario de $7.25 por hora es no ser consciente de la realidad de nuestra isla. Ese salario no da para vivir y mucho menos en una como economía como la actual, dónde estamos en una profunda depresión. El poder adquisitivo de ese salario está menguado. La inflación se lo comió.

El salario mínimo actual entró en vigor en julio de 2009. Quiere decir que ya tiene una vigencia de una década. Todos hemos visto cómo han subido las cosas desde entonces. Los productos de los supermercados han subido de precio y los que no han recurrido a bajar las onzas de contenido. En muchos artículos se paga lo mismo por menos cantidad obligando a comprar el producto con mayor frecuencia.

De las utilidades no hablemos. Las facturas de agua y luz no han hecho más que subir. La respuesta a toda esta inflación y mala calidad de vida ha sido una terrible emigración. También hemos visto la reducción del núcleo familiar.

Ya no partimos de la familia de cuatro o cinco integrantes. Ahora es más frecuente que sean sólo tres y ni hablar de parejas que descartan tener decendencia porque el dinero no da para los requisitos de tenerlos como Dios manda. 

Las escuelas cerrando y la clase media desapareciendo. La brecha se abre cada día más entre los de arriba y los de abajo.

Lastimosamente en mi trabajo en Wapa televisión, veo de manera frecuente -más de lo deseado- personas o familias en la pobreza. Llenos de necesidades. Una cara que muchos negaron. Una cara que algunos tribunos querían decir que existía en el vecindario latinoamericano y no aquí. Pero sí, aquí están. En nuestro patio. Si vamos a la zona montañosa la cosa raya en miseria.

Esa es la cara del Puerto Rico de hoy. Una isla en problemas y, como mencioné en una columna pasada, una isla donde su sector privado se hace más pequeño a través de fusiones. Provocando contracción, pérdida de buenos trabajos y dejando sectores poco competitivos a la hora de establecer precios.

Nos queda mucho trabajo por delante. Tenemos que restablecer nuestra credibilidad. Borrar la imagen de corrupción, no con palabras, sino con acciones. Tenemos que reestructurar nuestra deuda. Tenemos que levantar el sistema eléctrico para hacerlo eficiente y más barato. Tenemos que buscar herramientas que fomenten la llegada de empresas o crear empresas. Estas, a su vez, fomentarán la creación de empleos. En fin, una tarea ardua y de años.

El señor Ledezma pudo haber hablado de tantas cosas útiles en lugar de hacer una burla a un sector humilde de nuestra sociedad.

Este año, 19 estados subieron el salario mínimo a través de legislación estatal. Hablamos desde Montana -que lo elevó a $8.50- hasta Washington, Massachusetts y California que lo llevaron a $12. O sea, este debate no tan solo se está dando en nuestra atribulada isla, sino también en todo el continente estadounidense. Por eso y por todas las razones antes de mencionadas, era necesario medir las palabras para no picar fuera del hoyo.