Perdone, si el titular le suena irreverente. Pero estoy alarmado y molesto. La pandemia que afecta nuestro entorno está provocando la pérdida de vidas. Hablamos de seres humanos que son, al final del camino, el papá o la mamá, el abuelito o abuelita, el hermano o hermana o incluso, el hijo o la hija de alguien. Ya el número hiere la retina. Hasta este martes, 17 de noviembre, la cifra de muertes fluctuaba en 951.

Los números nos están dando en la cara y no acabamos de reaccionar. Si fueran asesinatos a mano de criminales o narcotraficantes, ya se hubiesen convocado cumbres y otras acciones. Desde el amanecer hasta el anochecer, escucharíamos el cacarear del político de esquina lanzando culpas. Todo para acaparar la atención ciudadana. Claro, la violencia armada y criminal deja su estela en la calle con charcos de sangre en imágenes grotescas y desgarradoras. Visualmente impacta más.

El COVID-19 por su parte, hace el cometido en silencio y soledad. Solo la mano de una enfermera o médico entregado, permite hacer la transición al más allá en un escena ajena al ojo general. Alguna nota en Facebook o en la prensa, si es alguien notorio, da constancia de la partida física de ese ser querido.

Lo que recibimos son los datos fríos que día a día somete el departamento de Salud. Las cifras se anuncian y muchos la reciben como si se tratara de un número de la loto, con el que agraciadamente no se pegó. Quieren seguir su vida, como si nada ocurriera. Pretenden seguir invisibilizando el asunto.

Tratan de imponer el jangueo. Continuar dándose el palo en lugares donde deberíamos mantener el distanciamiento. El período político lo utilizaron para caravanear, como si aquí nada ocurriera. En fin, se lo pasaron por el forro.

Esa expresión tan boricua, expresión de reto o de minimizar cualquier asunto, utilizada para reafirmar que el tema le vale poco. Es la máxima expresión de la irresponsabilidad. Que el virus sea tan invisible es su mejor arma, pues siembra la incredulidad o el falso aire de que “¡a mí eso no me va a dar!”.

No debemos bajar la guardia. Se avencinan días especiales: Acción de Gracias, Nochebuena, Navidad, despedida de año y todo lo demás. Se ha insistido en que las reuniones familiares son uno de los focos principales de infección. Tal vez, no el principal. Sabemos que no es el único. Pero si quiere a su familia, reúnanse con la menor cantidad de personas posible. Promueva que se hagan pruebas, para así garantizar algún grado de seguridad. Aún con ese detalle, no olvide la distancia y evite el toqueteo. Es difícil, pues nuestra raza es una cariñosa y de empatía.

En cuanto a los jóvenes. Tengan un grado mayor de conciencia. Se ha dicho que tal vez el virus los afecta de forma no tan severa, sin embargo, se convierten en fuentes de contagio. No olviden que aunque tienen la juventud de su lado, ello no los hace inmunes. Los datos han dado constancia de fallecimientos de personas de su generación.

Dicho todo esto, solo pido más conciencia de todos. Más compromiso. ¡¡No se lo pasen por el forro!! ¡Se trata de vidas! La responsabilidad para combatir y crear conciencia no es exclusiva del ineficiente gobierno. La responsabilidad es de todos. La vacuna se acerca y la luz comienza a verse al final del túnel.