La semana pasada la indignación se apoderó de la ciudadanía al conocer los detalles de los arrestos de dos legisladores. Los eventos ocurrían al terminar el proceso primarista de los principales partidos políticos, en el cual ambos arrestados se colgaron en sus respectivas candidaturas.

María Milagros Charbonier y Nelson Del Valle no son legisladores que llegaron el otro día. Llevaban tiempito en estas ligas y sabían las reglas de juego. El salario de un legislador se vio reducido tras eliminarse el concepto de las dietas y sus privilegios de automóvil. Cuando contaban con ambos estipendios, algunos legisladores se metían al bolsillo sobre $40,000.

Ese dinero era libre de polvo y paja, pues el concepto de dietas está exento de tributos. Así que estas personas recibieron un cantazo en el bolsillo. Un cantazo buscado. Todos conocemos las historias de horror de muchos de los moradores de la casa de las leyes que se comportaban como una casta privilegiada abusando de sus beneficios mientras cometían actos de corrupción y malversación de fondos.

Así que los actos de Charbonier y Del Valle pudieran, pues aún falta que se pruebe en el tribunal, rayar en la ratería barata. Usaron un viejo esquema, fácil y burdo, para embolsillarse un dinerito a costillas de personas que no tendrían acceso de otra forma a un salario sobre el promedio de los trabajadores con sus mismas calificaciones.

Ahora bien. No se engañe. Tata y Nelson son el reflejo de una amplia mayoría de boricuas. En nuestra sociedad, el truco, la listería, la gansería y todas las “ías” que a usted se le ocurran, forman parte del modo de vida de muchos. Por eso, tenemos una economía subterránea tan fructífera.

Hace unas semanas hablaba de las maromas que muchos han realizado para tratar de cualificar para los cheques del desempleo que contienen el incentivo del Programa de Asistencia Por Desempleo Pandémico (PUA, por sus siglas en inglés), otorgado por los estragos provocados por el coronavirus. Unos 530,780 ciudadanos han recibido el incentivo. Una cifra récord, que va más allá de la realidad del COVID 19. Muchos se han movido para tratar de matricularse ante lo jugoso que representaba la compensación semanal que se otorgó hasta julio.

A la hora del truco, no tiene que mirar edad o nivel académico. Lo hicieron los muchachos del Colegio San Ignacio, al igual que una doña de 65 años que el viernes pasado fue sorprendida por agentes de la División de Robos en un banco de Bayamón, al tratar de cambiar uno de los cheques con una licencia falsa. Según los datos de la Policía, ya vamos por 46 personas intervenidas. Otras, de seguro, lograron su objetivo.

¿Y qué me dice del caso de la mujer de 29 años de Cidra que fingió su propio secuestro? La fenómeno se escondió en una hospedería de Orocovis, desde donde realizó llamadas a familiares para pedir unos $20,000 por su rescate. Fingía hasta un miedo atroz en la llamada. Al fin y al cabo, se trató de un truco para defraudar a los suyos.

Los ejemplos antes mencionados están ahí a simple vista. En las noticias diarias y sin necesidad de que usted active el equipo de “Ahí Está la Verdad” (Wapa). Es triste y vergonzoso. Demuestra a todas luces una hipocresía generalizada con la que verbalizamos moralidad y actuamos de forma distinta.

Los casos de los legisladores son un espejo amplificado de muchos de los que representan. Es arduo el trabajo de enderezar la conducta. Se debe trabajar con la generación que se levanta para cambiar el “chip”. De no hacerlo, continuaremos resbalando en lo mismo y después reaccionaremos airados a los comentarios de Trump cuando le hemos dado razones de sobra para que piense así. Ese es el norte. A trabajar duro.