Al fin y al cabo, todos somos de carne y hueso.

Alejandro Sanz, el afamado cantante español, puso en vitrina esta realidad. La fama, el reconocimiento, la notoriedad y el dinero que acompaña el éxito artístico, no representa que usted camine sobre las aguas o que sea mejor que los demás.

Ser figura pública no es cáscara de coco. Usted es un libro abierto. Se le exige que siempre tiene que estar de buen humor, sonriendo, saludando y, sobre todo, inmune a enfermedades, corajes cambios de estado de ánimo, etc.

Y si usted se encuentra a un nivel internacional como Alejandro, el asunto es mil veces peor. Está a merced de los “paparazzis” que lo persiguen como lo hacían los antiguos agentes de la KGB o de la CIA. Todos quieren fotografiarlo, tocarlo, mirarlo, manosearlo. En fin, un verdadero dilema.

Muchos acuden a lugares remotos o a grandes mansiones que se convierten en jaulas de oro para poder obtener un poco de privacidad. Es el costo por ser exitosos. Aunque sabemos que siempre ha sido de esa forma, la modernidad potencia el asunto gracias a la tecnología.

Las redes sociales, los teléfonos inteligentes y hasta los drones provocan que se eleven los niveles de ansiedad, tras ver cómo esa privacidad codiciada les sigue huyendo a los artistas.

Pero, como mencioné al principio, ellos son tan mortales como usted y como yo. Sienten, padecen y sufren por igual. Cada vez se hace más común ver a estos ilustres personajes sucumbir a drogas, alcoholismo, pastillas y otros asuntos.

Alejandro admitió en Twitter que no se sentía bien. Abrió su corazón. Reveló que la depresión llegó a su vida como les ha llegado a muchos otros. Estaba buscando empatía y creo que funcionó.

Las condiciones mentales se han multiplicado en todo el planeta. Andamos por la vida en un tren que dicta la sociedad y nos olvidamos de lo importante: vivir.

Vivir es detenerse y disfrutar de las cosas simples. Un día soleado. La sonrisa de un niño. Un pájaro que se detiene a retozar en algún árbol.

Puedo sonar cursi. Al leer esto, puede que usted me llame hasta ridículo. Pero debe reconocer que, en más de una ocasión, se ha levantado y, al mirarse al espejo, se encuentra más viejo y no se explica cómo pasó. Así andamos. La vorágine de lo común nos arrastra y nos consume.

A mí siempre me impactó la muerte de Robin Williams. Siempre lo vi y admiré por su forma de ser. Un ser que proyectaba ese humor tan contagioso. Sin embargo, en su interior había oscuridad, soledad y, definitivamente, no encontraba empatía. Finalmente, sucumbió a la depresión. La mente puede ser fabulosa y, a la misma vez, letal.

El escrito de Alejandro nos recuerda varias cosas. Los artistas deben disfrutarse en la dimensión de su talento, reconociendo su humanidad, respetar sus espacios y entender su compleja realidad.

Segundo. Nunca subestime a la mente. No titubee en brindar ayuda a un amigo o ser querido que le admita que se siente deprimido, triste o en soledad. Si usted es el que se siente así, ¡dígalo! No se calle. Busque ayuda. Existen alternativas y buenos profesionales que le darán la mano.

Alejandro lo hizo. Usted también puede empezar a salir de ese hoyo. Lamentablemente, no existe una varita mágica para que estos retos emocionales desaparezcan de la noche a la mañana. Esto es día a día, y poco a poco.

Pero de algo sí estoy seguro, se puede salir adelante y verá a través de su ventana días más soleados. Hasta la próxima.

“Alejandro admitió... que no se sentía bien. Abrió su corazón. Reveló que la depresión llegó a su vida como les ha llegado a muchos otros. Estaba buscando empatía y creo que funcionó”