El trabajo de reportero facilita documentar toda una diversidad de temas. El quehacer diario permite levantar datos que, en la dimensión del tiempo, se convierten en eventos históricos.

Somos, sin querer, un testigo presencial de lo que se hablará durante mucho tiempo. De igual forma, tenemos la oportunidad de conocer seres extraordinarios. En esa categoría encontramos gente con abolengo, títulos rimbombantes, resumé extraordinario y los más importantes, gente sencilla y humilde.

De estos últimos, aprendo más. Aprendo que la vida es un interminable camino en el cual las oportunidades están si te mantienes andando. Recostado en la vereda verás el tiempo pasar y solo cosecharás lamento.

Toda esta cursilería pasaba por mi mente mientras contemplaba a través de la ventana del vehículo oficial de la empresa para la cual laboro. Ello tras haber tenido una entrevista con Roberto Ortiz.

Roberto se convirtió el pasado 4 de febrero en árbitro oficial de las Grandes Ligas. Su historia es una sensacional, pues demuestra cómo uno nunca debe dejar de luchar por lograr su sueño.

Siendo niño se sumergió en las pequeñas ligas. El guante, la bola y los uniformes fueron los artífices de un sueño común de muchos. Roberto añoraba los vítores, los aplausos que se cultivan cuando se logra llegar a las ligas mayores. Fue creciendo. Fue pasando de liga en liga. Llegó hasta lograr una beca universitaria que le permitió estudiar al tiempo que jugaba béisbol.

¡Nada mal para el hijo de Meche y Roberto! Al chamaco de Caguas, todo le sonreía. Empezó a jugar béisbol Doble A con Orocovis y, entonces, una lesión lo sacó del terreno. Su mundo se vino abajo. Dolor, melancolía, tristeza. En fin, sume todas las palabras que faltan y podríamos adjudicar que se acumularon en su ser.

La derrota no es fácil de enfrentar. Había logrado graduarse de maestro de educación física, pero no su sueño principal. ¡Imagínese! Para estar en las Grandes Ligas tenía que comprar un pasaje, un boleto de entrada y ser uno más en una tarde cualquiera.

Sin embargo, el consejo e insistencia de su padre lo llevaron a probar suerte como árbitro. Pasó por todas las ligas. Desde los chiquitos hasta la Clase A de barrio. Su hambre de aprender lo motivó a matricularse en varias academias para exponerse a lo mejor. Su conocimiento como pelotero, su disciplina como profesor, forjaron un ser ecuánime.

Era el molde perfecto para ejercer como juez de un deporte de sangre caliente. Sin embargo, un nuevo escollo aparecía en el horizonte. La barrera del idioma. A pesar de ser talentoso, le dieron de codo, “¡pues el muchacho no habla inglés!”.

Ante esto, ¿se rindió el muchacho? ¡Nada que ver! Salió corriendo a ver a la maestra de inglés de la escuela donde trabajaba, le pidió clases privadas. Tomó un viejo sistema de “Hablando Inglés, Leyendo en Español”, rentaba películas del “Red Box” en las que ponía los subtítulos en inglés y volvió a la carga.

Dos años más tarde, acudió a otra academia y logró entrar. Recibió oportunidades en el béisbol colegial y entró a la pelota organizada. En el 2016, estaba en las Grandes Ligas como suplente. Casi cinco años más tarde, con más de 400 juegos oficiados como suplente, dos “juegos perfectos”, en los cuales no falló ni un “strike” ni una bola como árbitro detrás del plato, Roberto Ortiz llegó a las Grandes Ligas.

Los sueños no solo se abrazan debajo de una sábana. Los sueños se persiguen. Se pelean. Se luchan. Se trabajan. Aunque la puerta se cierre alguna vez, busque la manera de entrar por otro lado. ¡Lo que no está permitido es rendirse! A los 37 años, Roberto entrará al terreno de juego con la misma ilusión que lo hacía el pequeño “Robertito” cuando quería ser un Clemente, en algún parque de Caguas.

El toparme con estas historias y con estas personas hacen que se me dibuje una sonrisa todos los días.