El mes de julio nos deja entre la celebración del día 4 y el 25. Dos días con significados diferentes, pero aunque usted no lo crea, un mismo propósito en su origen.

Para muchos, el 4 de julio es meramente la festividad de la Independencia de los Estados Unidos, pero es mucho más. Esa efeméride representó un cambio de código súper importante y trascendental. Hasta ese momento, el régimen de gobierno en el mundo era de monarquía y el pueblo reducido meramente a súbditos. El monarca era una especie de Dios en la tierra que controlaba todo. En ocasiones, cargando de males a esos “amados” súbditos.

El congreso de Filadelfia, donde se forjó el nacimiento de la nación americana, adoptó otro concepto. El soberano sería el pueblo y sus futuros gobernantes deberían servirnos. Crearon el actual sistema de peso y contrapeso, en el cual repartieron el poder entre tres grupos: el Gobernante, el Poder Legislativo y el Judicial. Un balance replicado de ahí en adelante por muchas naciones.

Lamentablemente, nada es perfecto o infalible. El poder corrompe y esa fórmula se fue degenerando, creando desigualdad. Fomentando inequidad o justificando injusticias sociales y hasta déficit democrático.

Sí. El gran paladín de la justicia. El Policía del Mundo. La Gran Corporación es un rey desnudo. En sus entrañas, aún no ha podido divorciarse de la marca de la esclavitud. Rompió sus cadenas a través de la Guerra Civil, pero no del racismo o la desigualdad social que quedó avalada por cortes. Gran cómplice de esta tragedia, que aún perdura ante nuestros días. Aún tenemos que lidiar con los alumnos de Trump, quienes se vanaglorian de su “supremacia blanca”, sin aceptar lo que fueron, son y serán, una nación de emigrantes.

A esta isla la han engañado de manera vil. Nos dejaron creer que nos dieron gobierno propio. Nos dejaron hacer una Constitución, pero vetaron nuestra carta de derechos. Fueron a la ONU con su pantomima. “¡Ya no tenemos colonia!”, dijeron. Pero seguimos bajo la cláusula territorial y bajo los poderes plenarios del Congreso.

Ya hemos ido 39 veces al foro internacional a decir lo mismo. Una y otra vez repetimos argumentos. Han muerto ya muchos denunciantes y otros han envejecido detrás de los micrófonos del ente, sin lograr nada sustancial.

Nos abofetearon con la Ley Promesa y una Junta que impone a capricho su voluntad. Revierten leyes y se presentan como los salvadores.

Entre el día 4 y el 25 de julio no existe nada que celebrar. Nos tratan con aire de desdén, mientras nos mantienen en este limbo plagado de problemas.

Mantienen la misma actitud racista que ha deteriorado los pilares más nobles de su institucionalidad. Mientras tanto, nada pasa en el trópico, cuando este asunto sí merece un verano movido. Merece tomar las calles, exigir respeto y solución final. Pero no. No nos movemos en ninguna dirección. Respiramos, comemos y dormimos en un “matrix” en el que nos dan bailes, botella y barajas.

Así cómo si nada. Se nos va la vida y nosotros muy campechanos. ¡Qué pena!