Un viaje pospuesto año tras año. Las ansias de Génesis que aumentaban y el “jelengue” de la comadre por cumplir su sueño de invierno. Ante tanta presión, cedí. Al fin dije: “Vámonos , que pa’ luego es tarde”. Pero lo que no sabía, era la pesadilla que les narré en la columna anterior, donde tuvimos que enfrentar dos días de vuelos para llegar a mi destino en Año Nuevo y Reyes.

Al llegar nos topamos con algo inesperado. ¿Dónde está la nieve? La sonrisa que teníamos en el interior del avión que nos llevó a Vermont, se convirtió en mueca. No tan solo no había nieve, se podían divisar pedazos verdecitos de grama. “¿En serio?”, exclamé. La madre naturaleza le hacía una jugarreta al clima que usualmente pinta de blanco todo lo que ubica en la zona del aeropuerto de Burlington.

Uno de los argumentos que utilizó la comadre para enamorarnos del viaje vacacional, era la promesa de ver el lugar forradito de blanco, para unas fotos espectaculares. Me había frotado las manos pensando en esos selfies tipo white Christmas, pero se desvanecía la imagen ante mis ojos.

Ahora las fotos tendrían que tener un ambiente más otoñal, que invernal. Eso sí, el frío estaba del mero, por lo qué mis visitas al baño iban en aumento gradualmente. Cuando llegamos, los termómetros acariciaban los 35 a 38 grados. Para un coquí como yo, eso es frío, frío. Para los locales, el ambiente estaba chévere.

El trayecto hasta llegar a nuestro destino era de lo más pintoresco. Mientras conducía, me recreaba con Génesis, que parecía uno de de esos perritos asomados por la ventana con curiosidad.

Llegamos a un pueblo pequeño llamado Stowe. La casa seleccionada para la estadía a través de una plataforma de alquiler temporero, superó las expectativas. Aquí se alberga uno de esos centros para esquiar que, según me habían dicho, era muy frecuentado por los boricuas. Poco tardé en confirmarlo. Donde quiera que me metía, salía alguien diciendo: “¡Hey, Normando, ¿tú, aquí?. Se confirma aquello de que usted encuentra un boricua donde quiera.

Llegamos al impresionante centro vacacional para esquiar y resultó ser un lugar con unas facilidades formidables. Génesis y su mamá se animaron a la aventura. Yo, pues, me hice caqui. “¿Esquiar yo?”, me dije. Mismo, como diría el amigo Pabón Roca, me contestó: “Nahhhh!, ¿y si me esgolizo?. “¡Bonito que me voy a ver! Con tanto compatriota por ahí, voy a salir en “La Comay” más rápido que ligero. Kobbo va darle pa’lante y pa’ atrás, al videíto. “¡No, no, no!”, me contesté.

Así que cometí sabotaje. Pagué la indumentaria y los aparatos de las jefas de la casa; les deseé toda la suerte del mundo y me dirigí a un lugar seguro. ¡La barra! Gracias a Dios, otros de nuestros acompañantes me hicieron coro y nos refugiamos en ese lugar, más cálido y placentero.

Y así… entre vinos tintos, llegó el tema esperado y del cual nunca puedo librarme: la política. ¡Ma’rayo parta! Así como lo oye. Argumentos por aquí, comentarios por allá y más argumentos planteados sobre el mal funcionamiento de nuestra “burocracia” política...

No me libraba de escuchar cómo siguen buscando beneficios propios, olvidando el bienestar del pueblo y otros lamentos. Así, entre tanto bla bla, volvía a mirar por la ventana y consultaba con mismo. “Mismo, y la nieve? ¿Dónde está la nieve?”.