El pasado martes tuve la oportunidad de entrevistar al presidente del Senado Thomas Rivera Schatz tras una ausencia pública de varios días que llamó la atención a nivel general. La desaparición se dio luego del proceso primarista, en el cual recibió un tibio respaldo de los electores progresistas.

Por primera vez en su carrera política, terminó en una quinta posición. Un fuerte golpe a una persona que se proyectó como una gran atracción de taquilla. No tan solo recibió el resultado adverso a nivel personal, sino que su candidata tampoco resultó favorecida en las urnas. De esta manera, se vio obligado a tragar gordo y respaldar a un candidato con el que barrió el piso y cuyo vídeo veremos con bastante frecuencia en la recta final de la elección general.

Pero lejos de haber aprendido la lección, su regreso al activismo público lo presenta nuevamente con aire prepotente y fanfarrón. No aprendió nada. Esa fue la actitud que laceró su imagen ante los ojos de quienes una vez lo consideraban un héroe. A Rivera Schatz no le gusta dar respuestas. Le incomodan las preguntas difíciles. Se olvida de aquello que decía, “si el calor de la cocina le molesta, pues no entre”. Ante lo difícil de brindar respuestas, prefiere atacar a la prensa.

La prensa es el blanco preferido de ciertos políticos. Siempre nos atribuyen agendas escondidas. Siempre nos acusan de que estamos motivados ideológicamente, sobre todo, si quien gobierna es el PNP. Incluso, quieren ponernos el sello de corruptos, pero nunca un periodista ha sido acusado de tal delito en la isla. Mientras, los que sí caminan por el pasillo de la vergüenza federal, esposados de manos y algunos hasta de pies, son los políticos.

En su regreso público, Rivera Schatz explotó ante la pregunta de si su hermana se benefició de un puesto público. En la entrevista dio más vueltas que un trompo para terminar diciendo que en efecto, trabajó a principios de cuatrienio en la Superintendencia del Capitolio. Lo despachó con la clásica respuesta de que pidió dispensa para poder contratarla. Gran cosa. Lo único que tiene que hacer el político es pedir permiso para contratar el familiar sin mucho requisito. Es la forma que encontraron para burlar las reglas de nepotismo y seguir con la jauja.

Rivera Schatz nunca tiene culpa. Quien falla es el otro. Saca “las nalguitas” del fuego, rehuyendo su responsabilidad como supervisor. Lo ha hecho siempre. No se puede olvidar el caso del “crepa gate”, en cual se montó un esquema para cobrar sin trabajar y él se cantó ajeno a todo.

Otro que tal baila es el designado secretario de Estado, Raúl Marquez. Cerró sus redes sociales cuando comenzaron a salir sus comentarios tipo bulling contra la prensa. Atacaba como si fuera un “troll”, como se le denomina a los fanáticos partidistas que utilizan sus redes para despotricar su arenga ideológica.

Tiene ahora una excelente oportunidad de distanciarse de esa conducta. De mostrar madurez, tolerancia y mesura. Debe entender que tiene una gran responsabilidad como servidor público. Su rol incluye el fungir como líder en la transición gubernamental entre la administración saliente y la entrante. La prensa tiene un rol que cabalmente cumple con el ciudadano. Esperamos que se comporte de altura ante los ojos del pueblo. Y que su paso por el Senado, dónde Márquez fue asesor, no quede sazonado por las actitudes dictatoriales de Rivera Schatz. Que se dediquen a gobernar. Zapatero a su zapato.

“La prensa es el blanco preferido de ciertos políticos.