Definitivamente, la pandemia nos ha cambiado la vida a todos, pero quienes más han sufrido los estragos de esta son nuestros niños y jóvenes.

Llevo años en la sala de clases y he sido testigo de cómo nuestros jóvenes han ido cambiando a raíz de todas las situaciones que han tenido que enfrentar. El lunes pasado reflexionaba junto a uno de mis grupos en la universidad, sobre cómo teniendo tanto acceso a la información no se interesan por consumirla. A lo que ellos me respondieron: “profesora, es tanto que nos abruma. Así que escogemos lo que queremos prestarle atención”.

Ese comentario me llevó a cuestionarles de qué manera la pandemia y el encierro les había afectado. Sin titubear y al unísono todos respondieron: “¡Mucho!” Mi respuesta ante esto fue escuchar, dejé que apalabraran todo lo que sentían. Entre las cosas que me comentaron fue que tienen un miedo terrible a encontrarse con el otro y que se les hace muy difícil establecer relaciones interpersonales. Eso me sorprendió de sobremanera. Según los iba escuchando, mi interés por investigar cómo la pandemia ha afectado a los niños y jóvenes se acrecentó.

Un estudio de la UNICEF afirma que los jóvenes muestran un 46% de menos motivación para llevar a cabo actividades que normalmente disfrutaban y que el 36% se siente menos motivado para realizar actividades habituales. Inevitablemente, estos números me provocaron buscar información sobre cómo la salud emocional de niños y jóvenes se ha convertido en un punto vulnerable.

En América Latina y el Caribe, se estima que el 15% de los niños, niñas y adolescentes de entre 10 a 19 años viven con un trastorno mental diagnosticado. Lamentablemente, cada día más de 10 adolescentes mueren a causa de suicidio en Latinoamérica y el Caribe, promediando casi 4,200 fatalidades de jóvenes por año. ¿Cómo estamos atendiendo esta crisis en nuestra juventud? ¿Están las familias e instituciones académicas capacitadas para lidiar con esto? Me parece que no.

Hay un factor que, lamentablemente, agrava esta crisis, y es la tecnología. El hecho de que muchos de nuestros chicos se refugien en un mundo virtual paralelo hace todo más complicado. Existen especialistas que señalan que el recurso de la virtualidad ha dejado una huella negativa, y que incluso ha crecido la nomofobia, término que se le otorga a la adicción al celular. Y es que el mundo virtual los enajena de la realidad, por lo que a muchos les cuesta demasiado socializar y vivir en el mundo real.

Es importante que, como familias, participemos activamente en la erradicación de la nomofobia. ¿Cómo identifico si mis hijos o algún miembro de mi familia padece de nomofobia? Sencillo, son aquellas personas que no son capaces de desconectarse del mundo electrónico que han construido, pues para ellos significa no existir.

Los retos a los cuales nuestros niños y jóvenes se están y se estarán enfrentando en el mundo en el que les ha tocado vivir son enormes.

Aquí van algunos consejos para trabajar con la nomofobia:

1. Apagar el celular en las noches

2. Eliminar aplicaciones innecesarias

3. Controlar el tiempo de uso diario

4. Buscar ayuda profesional

Es importante recordar que la tecnología no es enemiga de la juventud, sino aliada, pero siempre y cuando su uso esté supervisado. No olvidemos que todo en exceso hace daño. Nos corresponde a todos alimentar la salud mental del presente de nuestro país; nuestros niños y jóvenes.