Hoy día conservamos muchas palabras y expresiones que hemos heredado de aquella época en que éramos una colonia española.

Ha llovido bastante desde aquel 18 de octubre de 1898, al mediodía, cuando en una solemne ceremonia en el Palacio de Santa Catalina se bajó por última vez la bandera española para izar, por primera vez, la estadounidense. Y aunque el tiempo suele borrar muchos recuerdos, siempre se quedan rastros que nunca desaparecen.

Por ejemplo, aunque el dólar norteamericano sustituyó al peso español, hoy seguimos diciendo que tal producto cuesta 20 pesos, en vez de decir 20 dólares. Todavía no nos hemos podido desligar de los términos que nuestros antepasados utilizaban para referirse al dinero.

De igual forma, somos únicos en llamarle “peseta” a la moneda de 25 centavos, otro nombre que viene como herencia de las pesetas españolas.

La peseta fue el nombre de la moneda oficial de España desde su creación en 1868, hasta que fue sustituida por el euro en 2002.

También usamos la palabra “vellón”, muy común en la España del siglo XIX, para referirse a las monedas que tenían una aleación de cobre y plata. Es interesante que hoy día, en Puerto Rico, el término “vellón” se refiere a diferentes valores según el lugar geográfico en que te encuentres.

En San Juan, un “vellón” equivale a una moneda de cinco centavos, mientras que en Ponce será equivalente a una de diez centavos. Los ponceños dicen “ficha” para referirse a la moneda de cinco centavos. ¿Cómo es posible que en una isla tan pequeña existan estos regionalismos?

Hay que situarse en el contexto del Puerto Rico de hace muchos años, cuando no existían las conexiones humanas que tenemos hoy día. Una persona que naciera en Ponce era muy probable que viviera y muriera en Ponce sin nunca haber salido de esa región.

No había carreteras como las hay hoy día, ni los medios económicos ni de transporte que conocemos. No había televisión, ni Internet, ni radio. Muchos no sabían ni siquiera leer. Por lo tanto, era muy normal que se formaran regionalismos. En la actualidad existen todavía, pero es probable que vayan desapareciendo ante el hecho de que estamos hiperconectados a través de los medios, las carreteras y la telecomunicación.

Cuando era niño, en la década de los ochenta, visité con mi familia un barrio de Lares, muy perdido y de difícil acceso dentro de la montaña, llamado Pezuela.

Para llegar había que ir en Jeep, porque la carretera era de barro y muy empinada. Recuerdo haberme sorprendido al conocer a varias personas ancianas que jamás habían visto el mar. Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fue escuchar a uno de ellos pedirle a su hijo que le trajera un objeto y que lo hiciera “vite, vite, vite”. Esa expresión francesa significa “rápido, rápido, rápido”.

¿Cómo era posible que en un lugar tan apartado y desconectado del resto del mundo hubiese alguien que empleara expresiones del francés? La respuesta: aquel hombre había trabajado de joven en una hacienda cafetalera de Pezuela cuyo dueño era un inmigrante corso… y los corsos, hablan francés.

El hacendado corso exigía eficiencia y rapidez a los jíbaros de la región, y estos, a su vez, aprendían expresiones francesas que pasarían a sus futuras generaciones.

Llama la atención cómo las relaciones de poder tienen una influencia marcada en la manera de expresarnos, ya sea por el dominio de un imperio sobre una colonia, o el de un terrateniente sobre sus subyugados.

Ya ves… las palabras también esconden historias.