En estos días, la atención pública se ha centrado en el juicio de Félix Verdejo. Ese era el tema en todas partes y la reacción, inevitable de espanto, en la medida en que se ventilaban en el juicio los detalles del cruel asesinato de la joven Keishla Rodríguez hace ya dos años.

Tal y como aquel 1 de mayo, el país se paralizó para observar las imágenes del proceso para recuperar el cuerpo de la Laguna San José, la pasada semana de igual manera nos hemos detenido para conocer el terrible relato de lo ocurrido en las últimas horas de vida de Keishla.

Este juicio se lleva a cabo en el Tribunal Federal en Hato Rey, donde no es permitido el acceso a cámaras de televisión y mucho menos transmisiones en vivo. Lo que sí han podido hacer los colegas periodistas es reportar a través de sus redes sociales lo que ocurre en sala.

Algunos, minuto a minuto, recogen con gran precisión el desarrollo de todas las etapas del juicio. Así, quienes no podemos estar presentes en la sala del tribunal, nos vamos enterando.

Aquí hago un paréntesis para felicitar y agradecer a todos los compañeros periodistas que se han mantenido allí por tres semanas ayudando al país a comprender mejor el horror de lo ocurrido. Ellos son también seres sensibles, impactados por lo que escuchan, aunque logren reportarlo con mucho temple.

Ahora, aunque puede parecer morbo, la manera en que estamos todos atentos al más mínimo detalle –lo que a muchas personas este relato les quita el sueño–la realidad es que es importante que conozcamos qué ocurrió y cómo ocurrió. Es importante, porque mientras descubrimos lo que le pasó a Keishla, habrá tantas otras decenas de jovencitas enfrentándose a un abusador y potencial asesino y no lo saben identificar.

Este caso debe servir de motivación para que las madres y padres de niñas, jovencitas y, ¿por qué no?, adultas también, hablen sobre las características de las relaciones “tóxicas”; de las señales que puede dar una persona agresiva, capaz de hacer daño y hasta matar a otra.

Además, la intuición de una madre no se equivoca, si sientes que hay algo en la relación de tu hijo o hija, que no es saludable, no te quedes callada, convérsalo y si no sabes cómo, busca ayuda.

Una jovencita, de nombre Amanda, que testificó en el juicio contra Verdejo, tuvo la gran suerte de que su mamá, a tiempo, le advirtió: “no quiero que te conviertas en una estadística”.

Yo no sé si Verdejo mató a Keishla, y soy consciente de que a este hombre le cobija -como a todos- la presunción de inocencia. Pero yo quiero saberlo todo, y el país tiene que enterarse de todo, pues quien mató a esa joven mujer, tiene un perfil y como él hay muchos otros por ahí. Tan claro es ese perfil, que la familia de la víctima inmediatamente la reportó desaparecida, señaló al sospechoso.

La violencia contra la mujer ha cobrado este año en Puerto Rico una decena vidas, pero hay cientos viviendo patrones de violencia que, tal vez, no han llegado a la agresión física y que le dan una y otra oportunidad a una relación que puede terminar en una fatalidad.

Por eso es importante observar los detalles del caso Verdejo, pues lo que con tanto interés hemos escuchado durante semanas, no puede ser solo el tema del momento para el entretenimiento de la audiencia. Tiene que ser motivo de una reflexión personal y colectiva, entre familia y entre amigos. Solo así el terrible asesinato de Keishla servirá algún propósito cuando miremos hacia atrás en la historia.